Mis huesos son jaulas de aire,
mi piel, el sudario de un grito mudo.
Respiro la niebla de un ayer
donde el pulso de la vida se hizo nudo.
Quiero la muerte como un pacto,
no un fin, sino el portal de lo inaudito.
Descoser este cuerpo, este extracto
de dolor, este cántico proscrito.
Morir para nacer, para quebrar
el cristal opaco de esta ausencia.
Ser semilla en la tierra, despertar
al sol que desconozco en mi inclemencia.
Soy la muerta en vida, el eco helado
de una risa que nunca se ha atrevido.
Mis ojos miran el paisaje errado,
el mundo es un secreto no aprendido.
Las venas, ríos secos de memoria,
la sangre, tinta pálida sin trazo.
El corazón, un pájaro sin gloria,
atrapado en un lento y frío lazo.
Ah, la dulce promesa del abismo,
el silencio que acuna los despojos.
Borrarme y ser un nuevo espejismo,
con otros nervios, otros dulces ojos.
Desprenderme de esta carne ajena,
de este nombre que me pesa y me asfixia.
Ser un soplo, una ráfaga serena,
que no recuerda el filo de la aflicción.
Quiero la blancura de un comienzo,
la amnesia bendita de la nada.
Que el final sea un prístino ascenso,
una aurora en mi alma desangrada.
Porque esta vida es una lenta agonía,
un ensayo perpetuo de la sombra.
Y en la muerte, quizá, halle la vía
para ser al fin la dueña de mi asombro.

peregrino
Desde la herida, la palabra. Poesía como un hueso astillado, películas, fantasmas en celuloide, música, un nudo en la garganta. Existir es este temblor.
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