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Anathema

jere

Nov 11, 2025

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Anathema
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En un pequeño pueblo religioso donde todo está regido por la fe y el miedo al pecado, Tosiek y Jeremiah comienzan a sentir una atracción silenciosa que ninguno se atreve a nombrar. Entre miradas furtivas, tensiones crecientes y familias devotas que vigilan cada paso, ambos se enfrentan a un sentimiento prohibido que amenaza con quebrar las reglas del mundo en el que crecieron.

Capítulo 1: El Eco de la Fe

El sol, pálido y tenue, se filtraba a través de las nubes grises que cubrían el cielo del pueblo, marcando el final de otro domingo. Jeremiah caminaba lentamente por la calle principal, donde las casas de ladrillo y las pequeñas tiendas parecían pertenecer a otro tiempo, a otra vida. El sonido de las campanas de la iglesia, al fondo, resonaba en su pecho como un eco que nunca desaparecía. Cada vez que lo escuchaba, sentía una presión en la garganta, como si algo dentro de él se apretara, un recordatorio constante de la fe que debía seguir, de la devoción que se esperaba de él.

El aire fresco del atardecer lo envolvía mientras se acercaba a la entrada de su casa. La casa, igual de sencilla y tradicional que el resto del pueblo, tenía un aire acogedor, pero Jeremiah nunca podía dejar de sentir que había algo en ella que lo confinaba, algo en cada rincón que lo llamaba a ser perfecto, a ser como se esperaba que fuera. En el porche, su madre estaba de pie, esperando con una sonrisa serena, pero con los ojos cargados de algo más: la vigilancia. Siempre la vigilancia.

"¿Cómo estuvo la misa, hijo?" preguntó ella, su voz suave, como siempre, pero también cargada de esa preocupación maternal que nunca parecía abandonarla. Él se detuvo frente a ella, mirando el suelo por un momento antes de levantar la vista.

"Bien, mamá", respondió con una voz que sonaba más vacía de lo que quisiera admitir. “El sermón fue… fuerte. Como siempre."

Su madre asintió, sin perder la calma. "Es bueno que hayas ido, Jere. La fe es lo que nos mantiene firmes, hijo. El mundo afuera está lleno de tentaciones."

Jeremiah asintió, pero sus pensamientos se desplazaron por un momento hacia algo que no estaba relacionado con el sermón ni con las enseñanzas del día. Su mente se desvió hacia la imagen de Tosiek, sus ojos claros que a menudo se posaban sobre él en la escuela, pero sin decir palabra alguna. ¿Qué significaba eso? No era la primera vez que lo notaba, pero sí era la primera vez que no podía apartarlo tan fácilmente. No era un pensamiento que él quisiera tener, especialmente después de escuchar las palabras del pastor, pero ahí estaba, persistente.

"Vas a descansar después de la comida, ¿verdad?" preguntó su madre, interrumpiendo sus pensamientos.

"Sí, mamá", contestó automáticamente, entrando en la casa sin hacer mucho ruido.

La cocina estaba llena de aromas a guiso y pan recién hecho. Su padre, sentado en la mesa, ya estaba comiendo, con la cabeza baja, centrado en su comida. Siempre había algo solemne en su presencia, como si sus pensamientos fueran más profundos, más serios. Era la figura del hombre que siempre estaba dispuesto a hablar de la moral, de la fe, de lo que Dios esperaba de ellos. Jeremiah sentó en su lugar sin hacer preguntas, su mente aún en algún rincón oscuro de la escuela.

Mientras la comida avanzaba, la conversación no era nueva. Su madre hablaba de las obras de caridad que la iglesia había organizado durante la semana, de las pequeñas ayudas a las familias necesitadas, y su padre asentía, siempre afirmando lo mismo: "Es nuestro deber como cristianos, hijo. Ayudar a los demás es la verdadera esencia de nuestra fe". Él no dijo mucho, solo escuchó, como siempre. Pero su mente seguía volviendo a Tosiek.

En la escuela, al día siguiente, la sensación era aún más fuerte. Cuando entró al aula, su mirada se desvió hacia la esquina donde Tosiek siempre estaba. Estaba en su asiento, mirando el suelo, como si no quisiera llamar la atención, pero pudo notar que algo había cambiado. Sus ojos se levantaron lentamente y, al encontrarse con los del chico, algo se tensó en el aire, como si un hilo invisible los conectara de alguna manera. No había necesidad de palabras, pero los dos lo sabían. Había algo en la atmósfera, algo que no se podía decir en voz alta, algo que no debía existir.

El maestro comenzó la clase y, con ello, las distracciones se desvanecieron por un momento. Jeremiah intentó concentrarse en la lección, pero sus pensamientos seguían regresando a Tosiek. Se preguntaba si sentía lo mismo, si él también se sentía atraído por la tensión entre ellos, aunque nadie lo dijera. Había algo tan claro y al mismo tiempo tan peligroso en la mirada que habían compartido. Algo que no se podía nombrar.

La campana sonó al final de la jornada escolar, y la multitud de estudiantes comenzó a dispersarse, pero él no se movió. Se quedó quieto, mirando el suelo, esperando que las demás personas se alejaran. Sabía que, en cuanto Tosiek saliera, pasaría cerca de él. Algo en su interior lo hizo quedarse.

Y entonces sucedió. Tosiek caminó hacia él, sin apresurarse, sus pasos suaves. Cuando estuvo cerca, su voz, casi un susurro, rompió el silencio: "Nos vemos mañana, Jere."

Jeremiah levantó la vista, sorprendiendo a su propio corazón que latía más rápido de lo que había anticipado. Asintió, incapaz de decir nada más. Su mirada se encontró con la de Tosiek por un instante que pareció durar una eternidad. Y luego, sin un gesto más, Tosiek se alejó, caminando con la misma calma que siempre, pero con una ligera tensión en sus hombros que Jeremiah percibió.

Permaneció allí, mirando cómo su figura se desvanecía entre la multitud. Sabía que esa mirada significaba algo, aunque no pudiera definirlo. Algo estaba cambiando, y él no podía evitar sentir que todo lo que había conocido, todo lo que había creído, estaba comenzando a desmoronarse, lentamente, como una torre de cartas que se cae ante una brisa ligera.

Al llegar a casa esa noche, la comida estaba lista, y la conversación fue la misma: la iglesia, las oraciones, el cumplimiento del deber. Pero no podía concentrarse. Se sentó en su lugar, mirando al frente, pero sus pensamientos estaban en otra parte, con la imagen de Tosiek flotando en su mente, esa mirada, esa chispa.

Cuando se apagaron las luces y la casa cayó en silencio, se tendió en su cama, mirando al techo. La oscuridad lo envolvía, pero su mente seguía iluminada por una inquietud que no podía ignorar. Algo había comenzado, y aunque aún no lo entendiera completamente, sabía que no podía detenerlo.

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