En el armario se encontraba asustado, sin saber qué hacer, el miedo le recorría todo el cuerpo, era como si el terror se entretejia poco a poco con un extraño sentir que lo paralizaba. Ese cóctel de emociones aumentaba cada vez que se miraban, era como si la finita línea del tiempo se detuviera. Ese instante se repetia eternamente y lo encerraba en el recuerdo, en su armario. Ese sentimiento extranjero hacía un recorrido rápido y lento desde el corazón hasta su cabeza. Pero el beso se había pegado a sus labios, sin poder olvidar ni un detalle de sus ojos, del mundo que vivía allí y que todavía no conocía, pero deseaba tanto conocer.
Poco a poco todo iba careciendo de sentido, nada quedaba por pensar, su cabeza se llenaba de nubes borrosas poco fáciles de captar y que tampoco podía ya frenar, iban y venían, hasta convertirse en un cielo gris oscuro. El corazón se engrisecia con solo pensar en dejar salir los colores más maravillosos que habían existido en él. No quiso dejarlo salir, solo intentaba alejarlo cada vez más, el miedo lo ayudaba a ocultarlo en la profundidad, solo para poder seguir viendo a esos ojos con el corazón gris, sin dejar salir esa natural corriente de electricidad que le sucedía cuando se miraban. Tratando de huir de esa pasión inexplicable que le movilizaba la vida, le desestabilizaba el mundo, se fue convirtiendo poco a poco en ese retrato bestial endeble de sí que sabía que se convertiría.
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