amor idílico

Todavía habita tu recuerdo en mí.

Las veces que dijiste te quiero

apagabas la duda en mi corazón y en mi cabeza,

como si saberlo fuera condición para vivir.

Y tantas veces no te creí

que me quedé sin saber si era verdad.

Ahora hace ruido en la calle,

y en mi mente sigues tú:

tu recuerdo vago,

efímero,

como nosotros.

Te olvido

cuando compro mi café favorito

y lo bebo en calma.

Caigo en cuenta, después de un rato,

de que ya no estás.

No sé en qué momento empecé a olvidarte,

ni cuándo supe que no volvería a verte.

Solo me resigné.

Me resigno a olvidarte,

a olvidar cómo amarte,

a olvidar tu manera de amar,

tan tuya,

que jamás fue mía.

Poso mi café sobre la banca

y escribo con todo el cuerpo:

que no te quiero más,

que nunca te supe amar,

que me quise desarmar y armarme tuya,

y en el proceso solo encontré más piezas que eran mías,

y con ellas me volví a armar,

a amar.

También recuerdo sentirme loca.

No por amor,

por dolor.

Dolor tuyo.

Que no era mío,

que nunca lo fue,

pero que bebí

hasta poner mi vida en riesgo.

Yo quería vivir cuando te conocí.

No me gusta adjudicar nada

a gente ajena a mí,

pero esto sí te lo dejo a ti.

Y que sepas:

escuché tu concepto de perdón

y no voy a pedirlo.

Me hiciste vivir un amor idílico,

irreconocible, inexpresivo, inexorable,

y un dolor insoportable.

Le doy un sorbo al café y me quemo.

Olvido lo nuestro,

eso que nunca supe qué fue,

eso que siempre temí preguntar,

porque en el fondo ya sabía la respuesta:

Siempre fuimos nada.

Nunca fuimos nada.

Y uso esas palabras que te dije

que nunca debía usar,

pero ya no me importa.

Solo que quede la nada.

También me volví a enamorar.

Yo, que decía jamás.

De ti, me enamoré.

A veces pienso: no debí.

Pero sí.

Y aquí estoy,

terminando de beber el café que se ha enfriado,

como este amor.