Desde aquella noche cada mate es más amargo que el anterior, el agua se enfría a los segundos y las horas pasan sin sentido alguno. Ya no es lo mismo desde aquél frío y oscuro momento. Continúan brillando las estrellas, por supuesto, pero no me produce nada mirarlas.
Como sin parar y sin embargo me siento siempre vacío. Tengo una cueva dentro del pecho que guarda una cantidad enorme de recuerdos que me taladran a cada momento.
Los cigarros son cada uno más efímeros que los otros, e incluso el humo que genera fumar no me mata tanto como recordar que fui felíz en algún momento.
Sé que las cosas suceden siempre por algo, pero se me complica entender porqué se marchó una noche tan fría como aquella, sin mirarme a los ojos, con un mensaje tan hiriente e incomprensible en el momento.
Desde aquella noche no pude escribir como de costumbre, me invade una marea de dolor enorme y una ansiedad indescriptible. Mis ojos no lloran porque el nudo del orgullo no se los permite.
Afeité mi barba y me lavé el rostro para dejar atrás aquél pasado, pero el reflejo de mis ojos grita lo que no pueden decir; que la amo, que sin ella soy tan sólo sombra por la noche y un grano de arena en el desierto, que mis labios no desean otra boca que no sea la suya y que nuestro anillo, al igual que nuestras cadenas, se arraigaron a los dedos y al cuello, recordandome que siempre serás parte de mi vida; por eso planeo que no me entierren cuando muera, y que lancen mis cenizas al viento para que caigan en el mar, así cada vez que me busque, me encuentre en el reflejo del amanecer en el agua en la que también sus ojos se puedan reflejar.
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