El salón está vacío, pero vibrante. Solo ellos existen, y cada movimiento es un lenguaje secreto. Danza tras danza, sus miradas se encuentran, se reconocen, se hipnotizan. El tiempo se detiene; todo a su alrededor se disuelve.
El roce de sus manos, la cercanía de sus cuerpos, el leve contacto de los labios… cada sensación se siente a flor de piel, electrizante, infinita. La atmósfera los envuelve, los sostiene, los aísla del mundo. Aquí, nada más importa: ni pasado, ni futuro, solo este instante que arde y los consume.
El color amarillo florece como la luz de la felicidad máxima, y el rojo los rodea, cálido y ardiente, como la pasión que palpita en cada latido. Podría bailar con él toda una vida, y aún así, sentir que es apenas un instante eterno. Morir ahora no sería dolor, sino plenitud: morir bailando en el corazón de lo que es el amor absoluto.
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