Anoche, el pecho me dolía,
no por un mal físico,
sino por los recuerdos que, como ríos,
llegaron sin pedir permiso.
Volví a verte en mi mente,
cuando tus ojos eran novedad,
cuando el amor era puro,
cuando aún estabas…
Un nudo cerró mi garganta,
me levanté sin hacer ruido,
me encerré en el baño con mi llanto
y una melodía que sabía a olvido.
Quise darte todo este amor
que aún me tiembla en las manos,
pero tú no estabas,
ni cerca, ni en mis días, .
Y me quedé allí, mirando la pared,
con la mano en el pecho,
sintiendo cómo late un corazón
que aún te guarda, en su despecho.
Sonreí, rota, al vacío,
y le hablé al aire como si fueras tú:
“No importa si ya no es conmigo,
quiero verte feliz… incluso sin mi luz.”
“No importa si nunca volvemos a cruzarnos,
si me olvidas, si ya no sabes de mí…”
“Te amo, y lloro, porque esto que siento
no es capricho, es amor .”
Lloré, por ti, por mí, por esto,
por un amor que aún se sostiene,
aunque tus brazos no estén aquí
para que lo contengan y lo frenen.
Y cuando se secaron mis lágrimas
como se seca la lluvia en el cristal,
me fui a dormir con el alma abierta
y el corazón lleno de sal.
Fue un dolor… dulce, verdadero,
porque por fin entendí, sin negar,
que esto que me duele tanto
es amor, y eso… eso me hace amar.
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