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    Amianto.
    Aun queda algo por qué pelear, aunque la vida entera ya me costó.
    Con el amargo gusto de este café arabesco enfrento la justa.
    No desesperes, pues bien sé lo que te angustia,
    muchos dolores los sufriste conmigo. Mas perdón no pido.
    Porque yo sé bien cómo llenarte de amor la vasija sangrienta,
    corazón coraza sensible que tus arterias alimenta.
    Relación simbiótica de antojos y placeres.
    Te amo tanto que hasta tus males beso, mis pesares. 

    Besos, besos, besos.
    Mis besos son fríos, siempre te quejaste,
    como el beso adiós a la amortajada del velorio,
    pero nunca los rechazaste, deseo contradictorio.
    Siempre correspondieron en instantes selectos
    de ternura y consolación, de calenturas e intimación.
    Ahora mismo, ahora lejos, te besaría hasta el alma si tus muslos me dejaran.

    Aun queda mucho amor en mí.
    Pasamos por mucho, duelos y elegías redimidas.
    Me entristecen aquellos amores jóvenes
    que nada saben del verdadero dolor del amor.
    Brillan sus ojos de pasión,
    los míos brillan tenues de esperanza,
    como los de una abeja olvidada en el desierto.
    Pero brillan, aun después de la oscuridad misma
    que ni el más valiente padre quiso exorcizar. 

    Penas, penas… penas. ¡Cuántas penas he tragado! Solo yo lo sé.
    Tal vez si te atravieso con mi puñal enmudecido lo sabrías.
    O quizás ya lo sabes…, sí… ya lo sabes.
    Esta resonancia de amor distante que habla con pensamientos.
    Cómplice mirada aliada, lengua vernácula que nunca escribimos.

    Perdónennos los interesados. Es algo que no quisimos evitar. El amar.
    Pero sí hemos de engrillar estas ganas de yacer a la vista de todos.
    Confórmense ustedes quienes nos negaron y nos niegan todavía.
    Porque al final nosotros resignados.
    Sólo Dios es testigo de todos mis pecados,
    que en mi mente he cometido, contigo. 

    Así es la vida que escogí, de sufrir siempre sufriendo,
    el amor lo perdí, sólo lo encuentro contigo,
    ¿Capricho? ¿Desesperanza? ¿Miedo?... no, es Amor.
    Te espero como siempre bebiendo el néctar de mis desaventuras,
    Esas que te parten la mirada y te llagan la boca.
    Úlceras dolorosas que abstienen mi fuego, lo sofocan.
    Solo tú tienes la cura. 

    No me debes nada, solo devuélveme el deseo de comerte,
    igual que hace tiempo cuando por fin pueda verte.

    Alejandro Diaz

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