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Amelie

Jan 15, 2025

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Amelie
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“Pero, ¡Dios! ¿Qué es ese horror que hay sobre ella?”
—H. P. Lovecraft


Amelie poseía un extraño hábito para la comunicación. Era independiente a las veinticuatro horas del día por lo que respondería los mensajes sin importar si era de madrugada, sin embargo nada te aseguraba cuánto tiempo ella tomará para responder un mensaje, era indescifrable. Y a veces su sequedad complicaba saber si a ella le gustaba hablar con vos y mantener la charla o solo esperaba el último mensaje para dejar de contestarte.
En las reuniones con sus amistades cercanas, y con desconocidos presentes, ella hablaba con un carisma que la hacía sentir viva en la charla y con una sonrisa dulce que ofrecía calidez y te atraía. Pero esto duraba cierto lapso, tal vez hasta que se cansara o tal vez hasta que suceda algo más de su agrado, algo que no implique hablar con personas que no sean de su corto grupo. Lo que si es cierto es que las palabras de Amelie eran tan ambiguas que lograban enredarse entre sus propias emociones.
Su inentendible proceder con la gente debe ser objeto de estudio. Ella no era de ninguna manera una antisocial con aspectos sociópatas, era una chica que estaba en la suya sin ninguna otra tentación que no sea algo de su interés, aunque inevitablemente su carácter te obligaba a encasillarla en prejuicios como una persona aislada de la realidad. De todas formas en la realidad de Amelie todo era un asqueroso sinsentido si no era cómodo ciento por ciento para ella.
En sus ojos jamás se observó alguna perversidad por su entorno. Eso sí, sus miradas eran calculadoras, sabían ver y escuchar muy bien pero su psicología nunca hizo que se empecinara en contra de nadie pero, de hacerlo, su boca diría verdades incómodas que negarlas sería para peor, utilizaría una malicia que despertarla es una sin vuelta atrás. Amelie, por lo tanto, tenía evidente cuidado con lo que sabía y oía, sea donde sea. Siempre permaneció al margen de todo, incluso con sus expresiones.
Amelie cargaba con una figura para nada hegemónica, no poseía una belleza forzada y secretamente insegura. La ternura en su rostro la hacía linda, tenía ese "qué se yo" que dicen algunos. Era una piel blanca y sana en un cuerpo repleto de idealizaciones que se asemejaban a la ruina de una mente ajena. No era débil, era tiernamente dura y se acostumbró a poseer una rigidez que complicaba acercarse hacia ella.
Era verdaderamente lejana a todo lo cotidiano. Amelie era una vida entera que corría entre la vigilia en los días de semana del invierno y la música de artistas infravalorados que sobrevivían en un mundo capitalista batallándolo con más capitalismo. Ella atraía con sus peculiaridades. Y en las ocasiones que también se interesaba por una persona generaba una conexión inmediata que se ligaba a romperse con el tiempo. Incluso con chicos que compartían gustos e intentaban que suceda algo, ella lograba estar otra cosa. Para Amelie el amor era un concepto confuso, definiéndolo como un juego de ajedrez: si dura demasiado es aburrido y si dura poco es tormentoso al pensar las diferentes posibilidades. ¿y si ganaba o perdía? eso no ejercía un pensamiento en ella, el oponente perdía de todas formas.
Poco se puede comentar de sus aficiones, sí algún valiente logró preguntarlas y ser respondido, pero si algo fue visible conocerle es que le gustaba leer pero siempre en la sombra de otros ojos. Esto condenó a un poeta que, queriendo entablar un vinculo con Amelie y conocerla, le preguntó qué leía. Lo hizo con frecuencia para poder dar con una charla sobre lectura pero esto no fue tomado bien del otro lado, y al contrario de lo que buscaba sufrió una respuesta ruda y pasivo-agresiva que lo desorbitó en si continuar intentando o no, ya que tampoco podría sacar tanta charla pasado eso y la mayoría de veces que intercambiaban palabras Amelie lograba responder horas después para volver a irse.
Supuestamente, ante la obsesión repetida de la pregunta, ella arremetió con dureza al poeta contestándole que a ni sus amistades se lo comenta. El poeta no le siguió hablando. Con lo poco y mucho que se podría saber, habría estado leyendo pasajes de la Torá o alguna novela de Colleen Hoover, también que se habría adentrado en la obra de Sylvia Plath o recién terminaba de leer algo de Juan Rulfo. Pero eso nadie estaba seguro, nunca se supo bien qué leía, y jamás se sabrá con exactitud. Todo lo que encapsulaba a Amelie era un misterio.
Suele comentarse que era una persona de rasgos bipolares por su actitud brusca y constante de cambios inesperados, como cuando ríe a carcajadas con sus amigas y de un segundo a otro pasa a una sonrisa forzada que se va curvando junto la mirada fría y dura, sin importar quién estuviese en frente, para luego volver a reír a carcajadas, como si no se hubiese inmutado. Y así de este modo hubo otros tantos comentarios. Conocerla implicaba hablar de una infinita caja de sorpresas porque siempre que conocías algo nuevo continuabas sin saber nada; es posible creer que el enorme aura de misterio que rodeaba a Amelie fue su mayor atractivo, inclusive para el poeta que volvió a pensar en ella y hablarle, estando ya comprometido.
En ciertos casos aterraba pensar que entablar vínculos con ella era el preámbulo para el adoctrinamiento. No suponía ser normal comprar nomeolvides, cocinar un lomo o ver el mismo auto pasar dos veces por la avenida y solo preguntarte, con una duda tanto acosadora como estresante qué estará haciendo, a dónde va o vuelve y con quién. Amelie se convirtió en un ancla de rareza tal capaz de despertar la humillación masculina.
Es notorio el resultado ecuánime de acuerdo a que no era una chica cualquiera, era extravagante  y, en certeza total y compartida, Amelie era rara. La autenticidad en esa personalidad fría era un gusto de sometimiento. Ella no buscaba atraer a nadie ni nada, y sin embargo le ocurría lo contrario; no aceptó amar del todo a alguien y, por ende, aceptar que la amen.
Nunca tuvo un renombre en ningún lado, su vida modesta y sin avaricia social la mantuvo en un perfil bajo que apenas destacaba. Pero Amelie recorría otro mundo, otra realidad, un sitio al que accedía siendo absorbida por pensamientos impropios, ocurría que su brillo máximo se daba en el interior de quién la recordará y ahí dentro su papel destacado era el nunca ser expulsada. No tenía renombre y aún así algunos morían por el deseo de sepultar el paso por sus vidas y el hecho de que su nombre prevalezca en sus mentes; ella aparecía para no poder ser, y peor, deambular de vez en cuando por sus sueños como una futura posibilidad. Y aunque en ocasiones su recuerdo estaba repleto de polvo, la esencia intacta de ella era lo grotesco.
Ciertamente Amelie no era más que Amelie, y padecía muchas veces de ser una idea de mentes enamoradas. Ella seguía con su vida. Era rara pero a nadie debía explicarle el porqué. Ocurría que para muchos hablarle era un aburrimiento pero ella nunca buscaba divertirse, o muchos menos contestar mensajes.

Gonzalo I. Lloret

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