mobile isologo
    buscar...

    Amar también es saber irse

    May 13, 2025

    0
    Amar también es saber irse
    Empieza a escribir gratis en quaderno

    He aprendido que amar también es saber irse.

    Hay un momento en la vida —silencioso, sutil, casi imperceptible— en el que una persona comprende que amar no siempre es sinónimo de permanecer. Ese momento no llega con estruendo. Llega en forma de calma. Y fue en esa calma donde entendí que también se ama dejando ir. Que el verdadero amor no se mide por su duración, sino por la manera en que nos transforma.

    Desde lo que ocurrió con ella, he comenzado un viaje hacia mí misma. No un viaje de huida, sino de regreso. Me he permitido —por primera vez en mucho tiempo— respetar mis ritmos, mis vacíos, mis preguntas sin respuesta. La amo, no lo niego. Pero también sé que el amor no basta cuando los caminos se bifurcan y los rumbos ya no se encuentran en el horizonte.

    Durante mucho tiempo creí que amar era sostener. Sostener aunque pesara. Sostener aunque me perdiera. Pero con ella aprendí que a veces amar es saber soltar con ternura. Que no todo lo que duele es injusto, y no todo lo que se termina es fracaso. Hay historias que, por más verdaderas que sean, no están destinadas a permanecer. Y eso también es amor: aceptar sin retener.

    A veces, el amor se agota no porque se haya ido, sino porque ha mutado en algo que ya no puede habitar el mismo espacio. Nos amamos, sí. Pero también nos dolimos. No por maldad,

    sino por humanidad. Porque incluso el amor más mutuo puede ser insuficiente si no crece en la misma dirección.

    Todo fue recíproco: lo que sentimos, lo que vivimos, lo que soñamos. Pero aun así, incluso cuando dos almas se reconocen, pueden tener destinos diferentes. Entender esto no fue rendirme; fue aceptar que el amor no siempre significa quedarse.

    No dejé de amar cuando me fui. Me fui porque me amaba lo suficiente como para no quedarme en un lugar donde ya no podía florecer. Y sí, dolió. Pero el dolor no fue señal de error, sino de humanidad. Me dolió porque fue real. Porque lo di todo. Porque lo intente todo desde mis propias heridas.

    Hoy no hablo desde el rencor. Ni desde el apego. Escribo desde la gratitud. Porque gracias a lo vivido, aprendí a mirarme con otros ojos. Aprendí a preguntarme no solo por qué me dolieron, sino por qué lo permití. Y esa pregunta no nace del juicio, sino del deseo profundo de evolucionar. No quiero repetir el ciclo. No quiero volver a perderme por nadie, ni silenciar mis límites en nombre del amor.

    Hubo días en los que me pregunté “¿por qué?”. Pero entendí que no todas las respuestas llegan cuando uno las quiere. Algunas solo emergen cuando se ha hecho el trabajo interno. Y otras, simplemente, no llegan nunca. Y eso también está bien. No estamos obligados a entender todo. A veces basta con aceptar y dejar de luchar contra lo que ya es. A veces, las preguntas que no se responden nos transforman más que las que sí.

    He comprendido que sanar no es olvidar ni dejar de amar. Sanar es poder mirar el mismo recuerdo sin derrumbarte. Es poder extrañar sin buscar. Llorar sin quedarte ahí. Es reconocer que el amor que diste fue real, pero también entender que no puedes sacrificarte por alguien sin perderte en el intento. Porque incluso el dolor fue maestro. Incluso la caída fue camino. Incluso el adiós fue necesario.

    Aprendí que el amor no siempre tiene forma de promesa eterna. A veces es solo un encuentro fugaz que nos despierta.

    Creo profundamente que todo lo que pasó fue necesario. A veces, las personas llegan a nuestra vida como espejos, no para quedarse, sino para mostrarnos algo que de otra forma no podríamos ver. Y ella fue eso para mí. Un espejo valiente, que me reveló lo que debía sanar, lo que debía aprender, lo que debía soltar. vino para mostrarme lo que yo misma había olvidado ver en mí.

    No quiero endurecer mi corazón por lo que pasó. Al contrario, quiero amar mejor. Con más conciencia. Con más claridad. Con más compasión, pero también con más firmeza. No todos los dolores vienen a destruirnos. Algunos llegan para despertarnos. Y ella fue ese despertar.

    Hoy no tengo certezas, pero tengo paz. Paz porque la amé sin medida. Paz porque no me guardé nada. Paz porque, aún en la pérdida, elegí no traicionarme. Y eso basta. Eso dignifica. Hoy me reconozco en un lugar nuevo. No completamente sana —porque sanar es un acto continuo, no un destino— pero sí más despierta. Más íntegra. Más dispuesta a honrarme. No tengo prisa. No tengo miedo. Sé que vendrán días tristes. También sé que no durarán para siempre.

    Porque el amor que más vale no es el que se aferra, sino el que permite que ambos crezcan… incluso si eso implica crecer separados.

    Porque al final, la vida es eso: un vaivén de emociones que nos moldean. Y lo importante no es estar bien todo el tiempo, sino aprender a estar presentes incluso cuando no lo estamos.

    Hoy me siento orgullosa de haber elegido sanar de verdad. No como una meta con fecha, sino como un camino sin atajos. Porque sanar no es un punto de llegada, es un ejercicio cotidiano de honestidad. Habrá días alegres y días tristes. Habrá pasos firmes y pasos temblorosos. Y todo eso está bien. Está bien llorar, está bien extrañar, está bien sentirse perdida. Son partes de un proceso que nos madura desde adentro.

    La tristeza no me asusta. La nostalgia no me paraliza. Son partes de mí. Facetas que me recuerdan que estoy viva. Que he sentido. Que he amado. Y que sigo aquí… dispuesta a seguir amando, pero esta vez, sin soltarme de la mano.

    Gracias por escucharme.

    Si estás atravesando un proceso parecido…

    Solo quiero recordarte que está bien sentir, llorar, soltar.

    Está bien amar y aún así decidir partir.

    Y sobre todo… está bien comenzar a amarte más fuerte que nunca

    (Roxana De arcos)

    Roxanita Barrios

    Comentarios

    No hay comentarios todavía, sé el primero!

    Debes iniciar sesión para comentar

    Iniciar sesión