Cuando el sol ya no ilumine los días que pasábamos juntos y mi nombre se pierda en el viento como un eco lejano, quiero que recuerdes cómo, en el simple gesto de un abrazo, todo cobraba sentido. Como cuando, al principio, solo eran risas nerviosas y miradas tímidas, hasta que un día, sin saber cómo, me convertí en tu refugio y tú en mi paz.
Recuerdo aquel primer encuentro, cómo el destino nos unió en una coincidencia inesperada, como cuando el viento sopla sin previo aviso y acaricia la piel. Ese día, sin saberlo, comenzamos a construir recuerdos que ahora se sienten como una eternidad. No sé si fue el sonido de tu risa o el brillo de tus ojos lo que me hizo saber que, por fin, alguien me entendía. Entre charlas cortas, paseos y risas, me diste lo que no sabía que necesitaba: consuelo, compañía, y una razón para ser mejor.
Recuerdo cómo en los días más grises, cuando todo parecía desmoronarse, encontré paz en tu voz, en tu abrazo. Te conté mis miedos, mis dudas, y tú me escuchaste con esa calma que solo tú sabías ofrecerme. Lo que me duele ahora es saber que esa paz se ha ido, y que lo que antes era un refugio se ha convertido en un espacio vacío.
Y aunque ya no esté allí para abrazarte, para reír contigo, o para ayudarte en cada paso, quiero que sepas que sigo contigo, en cada uno de los recuerdos que compartimos. Aunque el tiempo pase y el mundo cambie, lo que construimos no se va, sigue ahí, en cada rincón de mi corazón.
Quizás no pueda estar a tu lado ahora, pero si algún día cierras los ojos y me recuerdas, en el susurro del viento o en las hojas que caen, sentirás que sigo aquí, esperando que todo vuelva a ser como antes.
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