Amar desde la carencia.
Vengo de un espacio vulgar, donde hay un vacío intempestivo entre palabra y palabra.
Un infierno entre beso y verso.
Una gruta para la virgen que fui, ultrajada por expectativas.
Desarmo mi columna vertebral para encajar en el estándar de mujer. Rebalso mis ojos de sueños, pensándome musa, sabiéndome etérea.
No soy esa mujer.
Resguardo las plumas que desprendo en un ataúd de marfil, eligiendo un féretro en donde quepa todo el amor que profeso.
Ultrajar mis sentidos para volverme silencio.
Bendecir tus oídos con mis sollozos de desconsuelo.
Hay un pequeño espacio de suelo fértil en mi lecho de muerte, allí donde voy siembro las flores de la desidia.
Necia. Necia. Necia.
Déjame habitar tus lunares, los encuentro particularmente predispuestos a mi afecto.
Permitime pasar por el pórtico de tus bajezas, que encontré en ellas el morbo de lo desconocido.
Amá lo que sos y tus circunstancias.
Circunstancialmente rota, profundamente inconsciente y desesperadamente triste.
Guárdame triste.
Levito cerca de alguna constelación lejana, allí donde los dueños del insomnio nos resguardamos de los sueños rotos.
Te declaro culpable de este llanto insaciable, de éste hambre voraz de cariño, de ésta conciencia de encadenarme perpetuamente a tu indiferencia.
Tu mirada es vino,
tu desinterés sequía.
Amo porque estoy en falta. Siento porque estoy en calma.
Respira. Respira. Respira.
El oxígeno se fue en exilio voluntario, mientras que mis pupilas pecan de salvajes por añorar lo excelso.
Desprestigio de una puta barata que se hostiga con el desamor latente.

Mercedes de Escalada.
Atendiendo una de las sucursales del infierno. Nací en Córdoba, pero vivo triste.
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