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A—mar, al Mar.

May 19, 2025

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A—mar, al Mar.
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Parte sin número, pero parte de más.

Con la idea simplista de una vida "de ensueño", me arraigo, completo y seguro, de que la existencia más pobre se basa en una vida de sueños. No me escondo en el manto del pesimismo, me considero soñador de mucho cielo cuando mis ojos me imploran descanso, más bien, subsisto de realidades. Aquel que sueña en exceso, tarde o temprano, dejará de soñar; lo que lo llevará a tocar la tierra y el pasto entre sus dedos, sentirse perdido, desordenado, desorientado. Se verá entre paredes invisibles de lo que es ser "real" y esos sueños que lo alentaban a tocar las nubes, desaparecerán, posiblemente se asuste y su corazón, como una mariposa encapsulada, comenzará a revolotear, en frenesí, con el terror subiendo de las puntas de sus falanges hasta la raíz del cabello.

Se podría decir, sin sonar —recalco— pesimista, que aquello es un golpe necesario, consciente e ideal para afrontar que, si hay sueños, pero no necesidad de cumplir, por más mínimo que sea, alguno de aquellos vibrantes ideales, son, en su mayoría, un obstáculo.

O, al menos, mi punto de vista rondaba esos lares. Sí, en un tiempo pasado, pues como todo, entre lo humano y la opinión, siempre llega lo que afloja el pensamiento y planta visiones extras. Hoy, como un marinero perdido en la extensión del enigmático mar, no acuno la utilidad de mi brújula y mi mente da saltos temporales como olas chocando con la arena, en las orillas, completamente ajeno y atontado, buscando bases e información fidedigna, más allá de una simple creencia. Más bien, siendo específico, más allá de un simple ser.

No es como si dicho punto de confusión fuese puesto a propósito, al contrario, se hizo con el tiempo, como corales en los arrecifes. Desde el conocimiento de su nombre hasta sus más delicados gustos, de saber su edad a agendar su cumpleaños como una fecha conmemorativa, digna de esperar; todo fue hecho con tiempo y letras que formaban palabras, que trazaban oraciones y culminaban en párrafos completos. Llegado un momento —sin entender explícitamente porqué o cómo— me vi a mí mismo envuelto en conocimiento, podría decirse común, pero mucho más que aquello tan simple. Me vi ahogado en orbes grises, lejanos a la apariencia del mar, pero con la calma que ella provee, amortiguado en palmas como la arena de la costa, embelesado por una sonrisa que, a más de dientes, serían perlas, que a más de una simple elevación de sus comisuras, era darle el giro adecuado a la última pieza de mi propio existencialismo.

Ante lo dicho, no poseo conclusión clara o definida, como un final abierto que se inclina hacia un sentido de comienzo abrasador, con ansias de aventurar cicatrices, lunares y algún dato curioso que de sus labios he de conocer. No he llegado al final —aún— de mi entendimiento personal. Quizá no llegue pronto, sin embargo, existe cierto pensamiento que podría asegurar. Luego de darle nombres y nombres, títulos, y significados, que así, como un marinero conociendo a su primer amor: el mar, yo, de ese ser me enamoré, con convicción; se volvió mi mar.

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