Fuimos dos sombras al pie del Edén,
desnudos de culpa, de ley y de miedo.
Nos amamos antes del primer verbo,
cuando aún no existía el pecado ni el celo.
Fuimos carne en Sodoma, fuego en Gomorra,
nos arrojaron piedras por amar sin normas.
Amantes que ardían sin pedir perdón,
nos besamos entre ruinas, sin religión.
Fuimos Isis buscando a Osiris
en los mapas rotos del Nilo.
Amamos entre jeroglíficos,
donde hasta los dioses
tenían celos de lo que fuimos.
Fuimos Roma y su vino,
cama y cuchillo,
amantes gladiadores
que morían por placer y no por castigo.
Nos encontramos entre escombros en Varsovia,
con el hambre como testigo.
Un beso furtivo, un susurro en el caos,
mientras el mundo era un disparo frío.
Y ahora,
cuando el amor es tan fácil como deslizar un dedo,
cuando hay cuerpos sin alma y palabras sin peso,
ser amante…
ya no duele, ya no cuesta, ya no quema.
Nos llaman amantes y no saben
que esa palabra antes sangraba,
que era cruz, era fuga,
era promesa tatuada.
Hoy se ama sin amor,
se huye sin guerra,
se besa sin fuego
y se olvida en una historia de Instagram.
Pero aún quedamos algunos,
que escriben con el pecho lo que no cabe en la cama,
que entienden que ser amante
no es tener, es arder sin poseer nada.
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