Amante ausente

Te fuiste, amor, sin ruido,
como la marea que se lleva el rastro
de lo que alguna vez fue tierra firme.
Te fuiste sin promesas, sin explicaciones,
dejándome en este abismo,
en el mismo rincón donde el sol ya no entra,
y la sombra se me adueña de a poco,
como una vieja amiga que no sabe partir.

Qué ironía, ¿no?
Que yo, hombre de pocas palabras,
me haya rebajado a rogar por tu amor,
como un perro perdido en la lluvia
que aún cree en el dueño que lo abandonó.
Te lo di todo,
casi sin darme cuenta,
y hoy, en este tiempo de ausencias,
me doy cuenta de que no te quedaste nunca.
Nunca estuviste realmente.

Me arrastré, lo reconozco,
por ese abismo que tú llamabas cariño,
y hoy, mientras el reloj sigue su curso
y mi cuerpo envejece,
me encuentro buscando en las esquinas
tu risa, tu sombra, tu voz.
Pero ya no están.
No están porque te perdiste
en tus propios miedos,
en tu inestabilidad que a mí me quemaba
y que ahora me sigue ardiendo en los huesos.

Te extraño,
no como un adolescente que se ahoga en ilusiones,
sino como un hombre roto,
que se ve a sí mismo en el espejo
y sabe que el amor se fue,
pero la huella queda.
Te extraño como se extraña a la patria perdida,
como se extraña la luz del sol
que ya no quema, sino que duele.

Y sin embargo, aquí estoy,
con el alma en ruinas,
con las manos vacías de todo lo que fui,
esperando en esta calle sin nombre,
esperando lo que no volverá.
Es extraño cómo el amor
se convierte en un lastre
cuando la otra parte ya no está,
cómo nos arrastra en su caída
aunque sepamos que el suelo está lejos.

Soy ese hombre que, ya cansado,
en su tristeza se vuelve viejo antes de tiempo,
pero que aún guarda en su pecho
un rincón donde habita tu recuerdo,
un rincón que no cierra,
que no puede cerrar.
Y aunque te hayas ido,
aunque la distancia sea el único consuelo,
te sigo buscando en cada rincón
como quien busca el reflejo en el agua
y sabe que ya no hay nada que ver.