am I alone?

A veces, ser la persona fuerte para todos se convierte en una carga más pesada de lo que se puede admitir. Estás ahí, presente en cada momento. Sos quien ofrece palabras de consuelo cuando alguien las necesita, quien se adapta a las exigencias de los demás, haciendo espacio para sus problemas, sus angustias, sus vacíos. Te convertís en un pilar, en el puerto seguro al que todos van cuando la tormenta acecha. Pero en medio de todo ese dar, se va formando una grieta silenciosa.

Esa grieta crece cuando te das cuenta de que, a pesar de estar siempre disponible, cuando vos sos la que necesita sostén, no hay nadie ahí. Mirás alrededor y el vacío es abrumador. El teléfono no suena, los mensajes no llegan, y las promesas de estar para vos, cuando sean necesarias, se disipan como el humo. Lo más difícil es que esa falta de reciprocidad no siempre nace de la maldad, sino de la comodidad. Están tan acostumbrados a que seas fuerte, que ni siquiera contemplan la idea de que también podes necesitar refugio, una mano que te levante, una palabra que alivie.

El dolor más profundo no proviene de la soledad física, sino de la emocional. Es estar rodeada de personas pero sentir que, en el momento en que tus propias fuerzas te fallan, el eco de tu necesidad resuena en el vacío. Es una sensación amarga, como si estuvieras dando desde una fuente que todos toman, pero nadie se preocupa por llenar.

Sentís que gritás en el vacío, esperando que alguien te escuche, que alguien te pregunte cómo estás sin que sea por educación, sino con verdadera intención de saberlo, de estar para vos. Pero ese momento no llega. Y así, te quedás con esa dualidad: la de ser la que cuida de todos, mientras a vos te toca curarte las heridas en soledad, en un rincón, esperando un rescate que, en el fondo, sabés que nunca va a llegar.

Es agotador, frustrante y doloroso. Pero a pesar de todo, seguís estando. Porque, aunque cueste, en el fondo siempre tenés la esperanza de que algún día, alguien también esté para vos.