hay cadáveres que no huelen. hay memorias que rezuman peste. la diferencia es cuestión de fe. lo que uno toca por última vez suele ser lo único que permanece, aunque lo que queda sea solo culpa incrustada bajo las uñas.
se habla mucho de lo muerto y poco de lo que sigue respirando dentro. la costumbre insiste en llamar pasado a lo que aún gobierna el cuerpo. la mente colecciona ruinas con la obsesión del fanático. se entierran cosas que no murieron solo porque ya no hablan. la ausencia es un acto teatral que pretende orden, pero lo ausente siempre vuelve (y no lo hace para llorar).
no hay salvación en recordar. tampoco la hay en olvidar. el recuerdo es el residuo más puro del acto de adorar; se adora lo que castiga, porque lo que castiga permanece. el dolor tiene vocación de ídolo. donde hubo entrega, el cuerpo vuelve a arrodillarse. por inercia, quizás. el cuerpo no desaprende lo que fue ofrenda.
cada cosa tocada se arrastra bajo la piel con el orgullo de lo irrenunciable. la última imagen se vuelve evangelio, y no porque sea verdad. lo que no se pudo decir se incrusta en los huesos. lo que no se terminó se pudre más lento. y lo que dolió sin estallar sigue latiendo sin perdón.
lo demás es ruido. no hay más doctrina que el daño sostenido. y el creyente sigue, nunca habiéndose sabido sublevar.
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