mobile isologo
buscar...
Empieza a escribir gratis en quaderno

¿Cómo permití que me hicieran todas esas cosas?

¿Cómo me permití, a mí misma, ser maltratada y menospreciada de todas esas formas?

¿Por qué me dejé descuidar tanto?

Hay una palabra que uso seguido para describir lo que siento cuando pienso en ello: profanar.

Profanar.

  1. Verbo transitivo.

Tratar algo sagrado sin el debido respeto, o aplicarlo a usos profanos.

  1. Verbo transitivo.

Deslucir, deshonrar, prostituir, hacer uso indigno de cosas respetables.

Cuando pienso en ese día, siempre siento que me profanaron algo, que arrancaron un pedazo de mi alma y se lo llevaron consigo. Desde entonces ya no pude volver a sentirme completa, como si hubiera quedado una falta eterna conmigo misma.

Es muy duro recuperarse de eso; demasiado difícil seguir viviendo con naturalidad cuando una parte de vos quedó detenida en el tiempo, atascada en ese instante.

La peor parte es cuando la culpabilidad acecha, insistente, como un animal hambriento. 

No podés escapar de ella aunque corras hasta desarmarte. 

Es físicamente —y espiritualmente— imposible.

No puedo evitar sentirme culpable porque yo lo permití.

No tengo a quién culpar si la responsabilidad recae sobre mí.

No se puede lidiar con el ardor ni con el dolor: solo coser la herida, mirar hacia arriba y pedirle al cielo que algún día deje de sangrar.

Pero ya pasaron más de cinco años, y mis brazos siguen chorreando sangre seca.

Creo que todos mis conflictos orbitan alrededor de ese núcleo oscuro.

Fue como un meteorito que cayó sobre mí y dejó cráteres, con un impacto demasiado silencioso para el afuera pero que reacomodó toda mi geografía interna.

Desde entonces, mi cuerpo se volvió un territorio torcido e inestable por ese temblor,

volcando y trayendo en consecuencia una imagen que nunca termina de encajar conmigo,

en la forma en la que me percibo a mi misma, que cuando me miro por el espejo aún escucho el eco de aquel desastre, incluso a millas de distancia.

Es como una tríada oscura e inseparable: sexualidad, violencia, poder. Una alianza imposible de romper, tan leal como un pacto de sangre.

El poder de otros sobre mí, la necesidad de ser sometida, qué paradoja.

Como si todo eso fuera una bola de nieve que rodó demasiado rápido detrás mío.

Me arrasó y ahora forma parte de mí.

Tan adherida que duele si intento despegarla, así que diría que ya somos inseparables.

Tan profunda que siento cómo se expande por mi corazón hasta llenar mis venas por completo.

“Soy eso. Me siento eso”, pienso mientras me miro al espejo, todavía condenándome, todavía escuchando los comentarios de quienes se suponía eran mis amigos: burlándose, llamándome mentirosa.

¿Quién ganaría algo mintiendo con semejante aberración?

Desde entonces es difícil vincularme con otros.

Incluso imaginar la posibilidad de que alguna vez alguien pueda verme de verdad.

Verdaderamente a través de mi.

¿Cómo sería eso posible si todavía cargo con este nudo invisible que a veces se aprieta, se contrae, se ríe de mí como un fantasma que me posee desde hace años?

Es jodido vincularme sin sentir que van a hacerme sentir lo mismo, posicionarme otra vez en ese lugar.

Y pienso: ¿Y si se aprovechan de mí? ¿Y si me usan? ¿Y si me tratan como un pedazo de carne?

Me siento como una torta arruinada por dedos ajenos, como cuando alguien pasa la mano por la crema, roba la cobertura, la chupa y finalmente la deja contaminada. Sin comer un pedazo.

Sucia.

Desechable.

Incluso la critican después: “No me gusta tanto la consistencia, le agregaría más azúcar”

¿No fui lo suficientemente dulce?

Conteniéndome,

soportando,

cerrando la boca cuando debería haber gritado, haberlos confrontado.

Haber denunciado, simplemente HACER ALGO.

“Inservible.”

“Nunca suficientemente buena.”

“Podrida por dentro.”

Estoy podrida, sí. Y a veces siento que ya no puedo aguantar ni contener más aquella podredumbre.

Las hormigas llegan; los gusanos me devoran. Y a mi solo me queda llorar.

Llegar a tener intimidad conmigo es como entrar a una habitación y percibir un olor fuerte, escondido en algún rincón.

No sabés de dónde viene, pero está ahí.

Yo soy ese olor.

Y yo soy lo podrido. 

Sigo acá, caminando, hablando, respirando, pero por dentro me descompongo.

Con todo lo que cargo adentro —y que nadie ve—, pero que tampoco puedo exteriorizar. 

Siento que es demasiado horrible para contarlo. Como aquel shock de un primer encuentro con algo inhumano.

Creo que si lo mostrara, la gente no sabría dónde dirigir la mirada.

No sería dolor lo que vería, sino ese brillo incómodo en los ojos que mezcla pena y vergüenza ajena; ese murmullo silencioso de “pobrecita, todo lo que le pasó, con todo lo que cargó”.

Lo detesto, detesto ser un espejo en el que otros solo ven lástima.

Pero también es demasiado peso para sostenerlo sola.

Porque aún siento una sombra ajena sobre mi piel, un recuerdo que se activa con solo recordarlo, una mirada y una fuerza física que en su momento me dejaba sin aire y me encerraba en aquello que no podía nombrar. 

El dolor.
La humillación.
Esa tensión que caía sobre mí cada vez que intentaba poner un límite,
como si cualquier palabra mía fuese una chispa capaz de encender su furia.

Y cuando me animaba a llamarlo por su nombre —eso que era, en sí mismo, una atrocidad— la tormenta era inevitable.

“¿Para qué hablé?”, pensaba.

Él se creía con todo el derecho. 

Yo era “suya”, de su propiedad.

¿Por qué le reclamaba si él “solo estaba tomando lo que le correspondía”?

Ensuciándolo todo, contaminándolo, dejando su presencia incrustada adentro mío.

Depositando lo que él creía necesario para que yo dejara de ser yo y comenzara a ser de él.

Creo que ahí me perdí, perdí la cabeza y a mi misma en un mismo instante.

Ya no sabía dónde empezaba yo ni dónde terminaba él.

Como si fuéramos uno —pero uno en el que él ocupaba todo el espacio, y yo apenas un margen.

Nunca me recuperé porque él nunca me dejó entrar de nuevo: no era digna.

Cada vez es más difícil recordarlo, memorizarlo, entender qué pasó.

¿En qué momento se quebró el amor?

Por unos años creí haberlo silenciado, pero no. 

Siempre sabe como volver a donde pertenece.

Mi pregunta ahora es: ¿Cómo me recupero de esto?

¿Cómo vuelvo a dormir al lado de alguien sin sentir miedo,

alerta,

impotencia,

nervios,

ansiedad?

Sin considerar en la idea de poner un cuchillo bajo mi almohada.

"Solo por precaución, no vaya a ser qué...", pienso.

¿Cómo volver a vincularme después de esto?

Si ni siquiera puedo perdonarme. 

Si no puedo mirarme sin sentir remordimiento.

Mar ₊✩‧₊˚౨ৎ˚

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión