no existe hechizo más puro
que el despertar de los alimentos,
cobrando vida entre el calor y el tiempo,
y danzando sobre la delicada flama
hasta transformar lo ordinario en excelencia,
en un instante de arte efímero.
capas tras capas se tejen los sabores,
los ingredientes se susurran entre sí
evocando aquellas notas ocultas,
se compone una sinfonía
que abraza el paladar y la melancolía:
cada bocado es un latido,
el eco de manos sabias y pacientes.
no es solo hambre lo que se sacia,
es historia servida en un plato,
es la memoria que arde;
es la magia de crear,
de servir,
de alimentar el corazón.
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