Hay veces en que la vida no pasa, a veces solo sigue y sin darme cuenta ya no me reconozco.
Mi cuerpo ya no es mi cuerpo,
mis pies ya no son mis pies,
y mis ojos ya no son tus ojos.
He cambiado de vida, de casa, de zapatos,
pero no me he cambiado de ti.
Sigo llevando la misma tristeza de aquella noche cuando te despediste,
el calor de aquel abrazo que sabíamos, pero nunca dijimos, que era el último,
que duró y se aferró por última vez a que tú y yo ya no seríamos.
Un día tú ya nunca volviste,
no volviste a escribir,
ni a pedir que te enviara una foto de aquel paisaje en el que solo estabas tú.
Y yo simplemente un día dejé de esperarte,
me acostumbre a la idea de tu ausencia,
de tu adiós en silencio,
de despertar sin un mensaje tuyo,
sin esperar a llegar a casa para contarte que descubrí un café nuevo al que ir, para seguir creciendo juntos.
La noche cambió de sentido,
cambié la sonrisa y la ilusión por la rutina
y tiré aquellas botas con las que me enseñaste a volver a casa.
Hay veces en las que ya no me reconozco y en las que la vida ya no sabe cómo gritar qué le haces falta.
Pero entonces apareces tú en las fotos, con esos ojos que siempre son respuesta, con esa sonrisa que me recuerda que sigues siendo tú,
pero que ahora estás con alguien que ya no soy yo.
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