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Algoritmo

Aug 8, 2024

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Algoritmo
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“Quiero que me guste tal cosa, pero no me gusta”. Si no lo decido yo, ¿entonces quién?

Tenemos un algoritmo interno, inconsciente e innato, configurado en base a nuestras experiencias (placer, miedo, etc.) que toma decisiones. Es distinto a la razón, es distinto al corazón, pero se define por ambos. ¿Cuán libres somos? ¿Cuánto poder adquiere el algoritmo por sobre nosotros mismos?

Sí, es verdad, nosotros mismos somos también ese algoritmo, es una construcción nuestra, somos los que lo creamos, se supone que perfecto y a medida. Pero entonces, ¿por qué a veces queremos algo que no coincide con el algoritmo? ¿Acaso podemos modificarlo? ¿Tenemos el poder de modificarlo conscientemente?

Nacemos con la capacidad de crear nuestro algoritmo, como dije, de manera inconsciente, pero no con la habilidad de volverlo consciente y moldeable. Cuando nos encontramos frente a un problema con nosotros mismos es porque el algoritmo, la razón y nuestros sentimientos y emociones no están en equilibrio, van para lados distintos. Allí comenzamos a preguntarnos qué nos pasa, qué está mal en nosotros mismos.  No conocemos la forma de ajustar y equilibrarnos. Ni siquiera conocemos la existencia del algoritmo. Muchos recurrimos a otros o asistimos a terapia, iniciamos un proceso de introspección buscando volver consciente eso que a simple viste no está y nos disrumpe. Buscamos el problema para actuar en consecuencia y cambiar aquellas actitudes o pensamientos que hoy nos generan algún tipo de conflicto. Luego de un largo camino, si tenemos suerte y esmero, ubicamos la falla y nos esforzamos por modificarla. Cuesta, no es un click ni algo de un día para el otro. Es precisamente allí donde estamos reprogramando nuestro algoritmo.

Lo creamos nosotros mismos, pero actúa por sí mismo, en el plano de lo inconsciente, automático, sin permiso.

¿Cuántas veces respondemos en automático y después dudamos o nos preguntamos por qué respondimos eso? ¿Cuántas veces actuamos por inercia o impulso y pedimos perdón por eso? Nuestro algoritmo es el que responde, en base a lo que considera que nosotros responderíamos, que nos representa. Nos da la respuesta rápida, como la función de autocompletar de un procesador de texto.

¿Y qué hay o qué cosas son definidas por nuestro algoritmo?

Definamos primero el concepto. Según la RAE: “Conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema”

Si buscamos la definición de algoritmo informático encontramos que “(…) es una secuencia de instrucciones finitas que llevan a cabo una serie de procesos para dar respuesta a determinados problemas (…) resuelve cualquier problema a través de instrucciones y reglas concisas, mostrando el resultado obtenido”.

Ahora bien, como lejos estamos de ser computadoras o simples instrucciones programables, esas definiciones no se aplican en su totalidad a nuestro concepto. Como se dijo antes, a medida que crecemos vamos (inconscientemente) creando, ajustando, modificando nuestro algoritmo a través de nuestra experiencia, relación con el medio y con nosotros mismos. Para responder a la pregunta de arriba, podemos decir que dentro del algoritmo se instalan los gustos, hábitos, creencias, ideas, reacciones. No hay sentimientos, pero sí reacciones que nos producen determinados sentimientos. Frente a una situación particular me pongo a llorar “sin querer”. Soy consciente de que no quiero llorar y no entiendo por qué lo hago. Mi razón no lo entiende. Tampoco estoy triste, pero lloro. Ahí es donde nuestro algoritmo lanza una respuesta, una reacción, ante algo que ocurre.

Volvamos a la definición. El algoritmo entonces sería un conjunto de experiencias, creencias, ideas, reacciones, formas de actuar, costumbres, modos de ver el mundo, que llevan a cabo una serie de procesos (de acomodación, reacomodación, incorporación, relación y supresión) constantes para dar respuesta a determinados problemas, o por qué no, a nuestra vida entera. Y con esto no queremos decir que tenga las respuestas al significado de nuestra vida, sino que va respondiendo a cada problema, situación, idea, interacción que tenemos día a día en nuestra vida.

En sí, el algoritmo no es malo, al revés, tiende a la perfección y precisión. Se reacomoda constantemente para ajustarse a lo que “somos” o queremos ser. Entonces, ¿por qué antes planteábamos el problema del desequilibrio? Si está en constante ajuste y busca ser perfecto, ¿por qué hay desequilibrio? Hay ajustes que llevan tiempo porque, a su vez, conllevan una serie de relaciones y articulaciones que también hay que acomodar. Se mueve una pieza y cambian muchas otras, hay una interconexión. Cuando venimos actuando de determinada manera y de repente ya no estamos conformes con esa forma de actuar o reaccionar se produce el conflicto y el desequilibrio. Nuestro yo consciente empieza a pensar por qué antes era de una manera y ahora de otra. La razón, como protagonista, busca respuestas y justificaciones. Le gusta comprender. Necesita comprender. Mientras tanto, nuestro algoritmo está algo así como en cortocircuito. Venía funcionando en una dirección, de una manera, y ahora ya no funciona más así. Comienza un proceso de análisis, más bien matemático, estadístico, de cómo veníamos reaccionando, de nuestras bases e ideas, experiencias y sus resultados. Se recorre y revisa todo el historial. Se analiza si vale la pena reacomodar todo o si no. El algoritmo escucha a la razón y entran en discusión. No sólo a la razón, también al corazón. Mientras tanto estamos en crisis, en desequilibrio. Nuestro yo consciente no termina de entender, o entiende, pero no puede incorporar o adoptar eso que entendió. “Entiendo, pero, no sé, no puedo verlo así”. “Entiendo, pero, no me nace”. “Entiendo y me parece lo mejor para mí, pero…”. Ese algo “más fuerte que nosotros mismos” que nos impide hacer las cosas que marcan la diferencia entre “el decir y el hacer” es nuestro algoritmo que nos tiene configurados de una manera rigurosa y detallista. Y no confundamos esto con la disputa entre razón y sentimientos, porque muchas veces no sólo comprendemos qué es lo mejor, sino que queremos, deseamos, sentimos ganas de hacerlo...y sin embargo algo nos lo impide.

Entonces, nuestra razón, nuestros sentimientos y emociones “alimentan” ese algoritmo, lo configuran, pero, a su vez, quedan definidos y limitados por él.

Escribiendo esto se me vino a la mente Piaget y sus estructuras de pensamiento o patrones cognitivos. Él se dedicó a estudiar la epistemología genética, es decir, los orígenes del pensamiento. Su objetivo era explicar los mecanismos y procesos por los cuales el niño se desarrolla como individuo que razona y piensa. Definió al desarrollo cognitivo como la reorganización progresiva de los procesos mentales, resultado de la maduración biológica y la experiencia ambiental. El niño construye una comprensión del mundo que lo rodea y luego experimenta discrepancias entre lo que ya sabe y lo que descubre en su entorno. Para él los esquemas son categorías de conocimiento que nos ayudan a interpretar y entender el mundo. A medida que pasan las experiencias, esta nueva información se utiliza para modificar, añadir o modificar esquemas ya existentes.

Si bien hay muchas similitudes entre las definiciones de Piaget y del algoritmo, estos dos conceptos distan de ser sinónimos. En el algoritmo no importa la maduración biológica, no es inferior en ningún momento ni tiene que alcanzar una etapa. No hay relación directa con la inteligencia. En nuestro algoritmo hay información y conceptos aprendidos, conocimientos, aportados por la razón (y, si se quiere, por las estructuras de pensamiento), pero no únicamente eso. Está también todo lo sensitivo y emotivo. No se basa en cómo pensamos sino en cómo y por qué somos.

Los epicúreos y el concepto de “ataraxia”

El filósofo griego Epicuro de Samos, fiel creyente del hedonismo racional, sostiene que la felicidad se alcanza a través de la búsqueda del placer, pero de un placer racional, controlado, prudencial. ¿Qué quiere decir con “prudencial”? En una justa medida, atendiendo fundamentalmente a los placeres naturales y necesarios, sin excesos que, a la larga, conducen al sufrimiento y al dolor. El objetivo es alcanzar un estado de bienestar corporal y espiritual, mediante el uso de la razón. Ese estado de equilibrio lo denominó “ataraxia”. Se logra así un equilibrio, una imperturbabilidad entre razón, alma y sentimientos y, posteriormente, la felicidad.

Epicúrea

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