Mi padre me tomó de las manos y me sentó tan cerca de él que mis rodillas descansaban sobre las suyas. Me miró como nunca lo había hecho y solo lloró. Lloraba y temblaba, pero no soltaba mis manos ni apartaba su mirada de la mía. Me indicó que pusiera mi mano derecha sobre mi corazón y cerrara los ojos hasta encontrar mi alma para abrazarla.
Es entonces cuando empezó a hablar. Temblando, pero con la voz firme, me dijo lo siguiente:
«- Hija, hija mía, vos podés ganarla, no pares. ¿Quién escribirá tu historia?, solo vos podés hacerlo. Mira, hay algo que yo hago desde muy chico cuando pienso que no puedo más, donde el dolor y la tristeza me envuelven en tanta fragilidad que me hacen dudar de todo, ¿sabés qué hago? pienso en todo lo que me duele, una y otra vez. Lo repito y lo canso, lo repito y lo voy rompiendo en pedazos; y llega un momento en que ya no duele, no me provoca nada. Todo el dolor se gastó tanto que no tiene más lugar dentro mío.
Hija, si a vos te duele a mí me duele peor. Sé la creadora del olvido que vos mereces para estar bien, ¿sí? Viví para no perder.
Y te amo, eso guárdalo para siempre.»
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como dice Fito Páez: "Hay cosas que te ayudan a vivir, no hacías otra cosa que escribir".
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