Algo en mí se resiste

No sé bien por qué, pero hay días en los que me cuesta empezar. No es flojera, ni cansancio. Es otra cosa. Una especie de resistencia muda, como si algo dentro mío no quisiera arrancar.

Me siento frente a la compu, abro el mail, y me quedo ahí. Mirando. Fingiendo que estoy ocupado. Pero por dentro, hay una voz que dice: “esperá un poco más”.

No sé a qué estoy esperando. Pero lo siento.

El mundo no para, pero yo sí

Cuando era chico me gustaba correr. Saltar cordones, esquivar ramas, sentir que el cuerpo iba más rápido que los pensamientos. Ahora no corro tanto. Pero a veces el mundo corre por mí, y yo apenas si me arrastro para seguirle el ritmo.

Me acuerdo de un amigo de mi viejo que decía: “el cuerpo habla cuando uno calla”. Yo no le entendía. Hoy sí.

Hay algo que me viene hablando hace rato. No con palabras. Con gestos. Con pequeñas negativas. Como cuando pongo una alarma temprano y no me levanto. Como cuando evito una reunión, sin razón concreta. Como cuando paso media hora eligiendo una playlist porque ninguna me convence.

No siempre hay una explicación

A veces me analizo. Pienso si estoy triste, si estoy ansioso, si me falta un objetivo. Pero otras veces me convenzo de que no hace falta entenderlo todo. Que hay momentos en los que simplemente hay que frenar, escuchar, y no explicar.

Vivimos intentando “estar bien”. Pero nadie nos enseñó a simplemente estar. Sin filtro, sin máscara, sin apuro.

Lo invisible también pesa

No se ve. Pero se siente. El nudo en el pecho. El peso en la nuca. Las ganas de cerrar los ojos un rato largo, aunque no estés cansado. Es como si el alma necesitara estirarse, bostezar, mirar por la ventana.

Y me lo permito.

Hoy no corrí. No produje. No cumplí con todo lo que me había prometido. Pero escribí esto. Que no es poco.

Porque en días como hoy, en los que algo en mí se resiste, lo único que puedo hacer es estar con eso. No negarlo. No vencerlo. Solo habitarlo.

Y confiar en que, en ese estar quieto, algo adentro se acomoda solo.