Había algo en el aire que estaba cambiando, transmutando en algo intenso, denso como la neblina en zonas húmedas. Se sentía un clima confuso, de esos días de otoño cuando no sabes si llevar abrigo, paraguas o ropa de lino. Los meteorólogos no daban la cara porque después de todo, no era culpa del clima, no había aparato creado por el hombre que fuera a resolver este misterio, pero se podía sentir.
Había algo dando vueltas en el aire, como una nube gris de esas que anuncian una tormenta, de esas tormentas que dejan el cielo tan oscuro que parece de noche por días enteros. De esas tormentas que inundan y destrozan árboles, que arrasan y destruyen todo hasta que ya no queda nada que salvar.
Lo sentía en mi corazón. Era capaz de sentir la tristeza, la angustia de esos días nublados. Sentía mis lágrimas correr por mi rostro frío. Sentía la opresión en mi pecho, las ganas de gritar y no poder. Sentía mi alma morir poco a poco, como las luces de una casa apagándose una a una hasta quedar en completa oscuridad. Sentía mis párpados pesados como si el sueño me estuviera venciendo. Hacía fuerza para seguir, pero al parecer, no alcanzaba, mis músculos se encontraban rígidos por el esfuerzo. Un esfuerzo que no alcanzaba nunca alcanzaba.
Ese algo era tan misterioso y demoledor, arrasaba con todo lo que había a su alrededor. Se sentía el silencio sepulcral rodeándome, ni siquiera las bandadas de pájaros salían a piar como era costumbre. Hasta las flores, tan marchitas y sin color, habían sido afectadas por aquel algo. La imagen era tan triste, tan desolada, hasta un desierto era más colorido. Y en el medio de todo aquel abandono, aquella tristeza, en medio de aquel silencio… Me encontraba yo. Me encontraba con los ojos cerrados, con mi cabello suelto y con las manos vacías, vacía de todo, completamente despojada y a la deriva. Me encontraba anestesiada por aquella soledad, no tenía nada, ya no quedaba nada, solo mi alma. Podía llegar a sentir cada parte de mi cuerpo adolorido, los músculos tensos, los huesos cansados, pero mi alma jamás estaría vacía. Me encontraba sola, pero con mi corazón todavía latiendo y latiendo cada vez más fuerte porque en aquel silencio sepulcral, mis latidos se escuchaban como el redoble de tambores. Un corazón que latía… Un corazón que sentía y un alma que pedía a gritos desgarradores, que ese algo detuviera su avance.
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