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Al silencio le he puesto tu nombre para acostumbrarme

Abr 26, 2025

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Al silencio le he puesto tu nombre para acostumbrarme
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I.

 

El jardín, por la noche, es un concierto de claveles en el aire — espectros con forma de árboles y sombras juegan a las estatuas y los perros corren,

de acá para allá,

bajo el claro parecen fantasmas.

 

Pienso en nombres y los asocio a cosas, a causas,

a los destellos plateados del cáñamo, contra sí como cuerpos autómatas o programados para chistar cada que se rozan — en horas como éstas parecieran rezongar como un beso entre dos cuchillos.

 

Y allá, entre los álamos próximos al río, cruza un gran caballo blanco.

Es el corcel de la dama nocturna, sobre nos,

¡espléndido potro de poderosa nube con rayos en sus crines!

El suyo podría ser cualquiera — Tempestad; Mardelágrimas.

 

En el jardín, a solas, pienso en nombres e imagino cosas.

Cada que cae la noche, por ejemplo, me acuerdo de Amor.

 

¿Qué será de Amor?

¿Y de Deseo?

¿En qué habrá quedado todo aquel enredo?

 

Baratija. Eso parece la casa cuando se oculta el sol y nada brilla.

Nada excepto las jóvenes del polen y los muchachitos–espora,

en medio del jardín,

sobre portentosas mangas de perfume u hormonas rumbo a dónde,

dónde

dónde quedó Amor, dónde Deseo;

dónde mis amigos más cercanos, mis hermanos u el anillo del abuelo.

«Quebramos» díjole Amor un día, o va, eso es lo que recuerdo.

 

Uno debe guardar las hojillas azules para días así, de poca cosa,

de última para empaparse el rostro y sentarse debajo el porche

con ánimos de contemplar qué exactamente.

 

¿Lo que llega a verse, desde acá, del cielo y sus pecas?

Sobre eso ya se ha dicho más que suficiente, sí, pero los espíritus de todos los sepultados en el solar parecieran sentarse por ahí y conversar de lo mismo, entre sí, tal como lo hicieron Amor y Deseo en su momento.

  

Mas no puedo,

soportarlos a solas me supera,

y no sé qué tanto podría confiar, o siquiera confesarles, que al silencio le he puesto tu nombre para acostumbrarme.

 

II.

 

Al Álamo que crece solitario,

ya sea tarde, noche o con ventiscas a la mañana,

parado allí cerca del río, frondoso y eréctil,

al Álamo que crece solitario le digo — le pido,

que me explique cómo hacer,

qué hacer en días así,

de paso inalcanzable, por doquier,

sin un lugar al cual ir — o regresar,

ya sea tarde, noche o con ventiscas a la mañana;

 

al Álamo que crece solitario,

parado allí como elemento perfecto en el centro del universo que también circundo, desde que nací, como una calesita descompuesta,

con las mañas de siempre,

con las ganas del nunca,

con los bolsillos llenos de piedras, Álamo,

dígame usted cómo soportar tanto peso,

¡tanto muerto encima! — Álamo de añejas raíces;

 

tanto sol tardío,

tantos años consumados en tan poca cosa, señor,

a usted le digo,

 

cómo hacer con tanto vacío,

por favor,

si tan siquiera puedo habitarlo.

Charles De Vis

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