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Al que me entendió primero.

Sep 1, 2025

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Al que me entendió primero.
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Una carta para J.D. Salinger, y para su guardián entre el centeno.

Hay una parte en El guardián entre el centeno (1951) donde Holden dice que los libros que más le gustan son esos que, cuando los termina, le dan ganas de llamar por teléfono al autor. Solo para charlar. Para decirle algo, para estar cerca de esa cabeza que escribió algo que le tocó.

"Los libros que de verdad me gustan son esos que cuando terminas de leerlos pensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarlo por teléfono cuando quisieras."

Yo siempre me quedé con esa frase.

Porque si pudiera llamar a alguien, sería a J.D. Salinger.

Pero no sería para hacerle preguntas sobre por qué escribió lo que escribió. Ni para preguntarle por el final, ni por la guerra, ni por su desaparición del mundo.

Sería solo para decirle:

"Te entiendo. En serio. Gracias."

La primera vez que leí El guardián entre el centeno fue por obligación, como todos, en el colegio. Era uno de esos libros de la lista obligatoria. No esperaba nada. Pero encontré una voz que me rompió por dentro. Una voz que me hablaba a mí. Un chico enojado, solo, que no encajaba. No era simpático, no era "agradable" como los personajes que uno suele bancar. Pero era real. Y era yo.

Holden era el que decía lo que nadie se animaba a decir. El que se daba cuenta de que todo era falso y que nadie parecía ver eso. El que tenía cosas materiales pero vivía vacío. Todos mis compañeros lo odiaron. A mí me daba bronca que nadie lo viera de verdad. Que no entendieran lo que estaba pidiendo sin decirlo: que alguien lo escuche. Que alguien lo abrace sin condiciones.

Ese libro se volvió algo mío. Lo leí en otros idiomas, en distintos momentos de mi vida, buscando esa sensación de la primera vez. Nunca fue igual. Pero lo que me dejó no se fue más: me enseñó que no estaba mal sentir tanto. Que no era raro. Que había alguien más que también estaba harto del ruido, de la mentira y de la gente pretendiendo encajar.

Y sin embargo, con el tiempo, con los años, con la vida, me encontré leyéndolo de nuevo, ya no como esa adolescente enojada con el mundo, sino como una mujer intentando reencontrarse con esa versión pasada de sí misma. Esa que todavía sentía que podía gritar y que el mundo la iba a escuchar. Y en esa relectura, la nostalgia se volvió más pesada. Porque entendí que estaba dejando atrás algo que ya no vuelve.

Esa bronca joven. Esa complicidad íntima entre autor y lector. Ese entendimiento mutuo, casi secreto, que solo se da una vez.

Y sí, hay una parte de mí que daría lo que fuera por volver a sentirlo.

Después empecé a saber más sobre Salinger. Y supe que era un tipo que, después de haber escrito un libro que marcó a millones, se borró. Se fue. No dio notas, no fue a eventos, no quiso ser famoso. Protegió su obra como si fuera un hijo. Y entendí que lo que hizo no fue una excentricidad: fue una forma de cuidarse, de cuidar algo puro en un mundo que lo quería convertir en marca.

Sé que él odiaría que yo escriba esto. Odiaba que lo analicen, que lo comparen con sus personajes.

Pero les juro que hay cosas de él en Holden. Yo lo veo. No lo puedo evitar.

La sensibilidad, la bronca, la tristeza disfrazada de sarcasmo, la necesidad de escapar, la ternura que se esconde detrás de todo. Yo siento que Salinger escribió a Holden como quien deja una parte de sí mismo para que el mundo la vea y después se arrepiente y se esconde para siempre.

Por eso también me dan ganas de proteger a Holden. No como personaje. Como persona. Como si fuera un chico real al que nadie supo cuidar. Como si todavía necesitara que alguien lo saque del medio del campo, antes de que se caiga por el acantilado.

Y capaz es porque yo también quise que alguien hiciera eso conmigo alguna vez.

Salinger me marcó de una manera que no muchos van a entender. Él no tenía un padre que lo apoyara. El suyo, Sol, no quería que fuera escritor. Y sin embargo, él insistió. Se la jugó por lo que sentía. Yo también me encontré varias veces pérdida sin saber que hacer. Yo también sentí que no tenía lugar en el mundo hasta que me animé a escribir.

Y quizás, sin saberlo, eso es mi manera de ser "el guardián entre el centeno": de ver a quienes nadie ve, de intentar que no se caigan por el borde.

Cada vez que veo Rebel in the Rye lloro. Y no por tristeza, sino porque siento que entiendo algo que no se puede explicar bien. Siento que me encuentro en su historia. Que él solo quería escribir algo verdadero. No ser famoso. No ser un ídolo. Solo escribir algo que importara.

Nunca voy a poder llamarlo. Pero capaz esto se le parece un poco.

Capaz escribir esto es mi forma de decirle: "Me cambiaste. Me hiciste sentir menos sola. Gracias por no hacer las cosas como todos. Yo también te vi."

Y me gusta imaginar que, si de verdad pudiera escucharme, capaz se quedaría callado un rato, y con una media sonrisa, me diría: "Eso era todo lo que quería."

A veces me duele, incluso hasta hoy, cómo siguen buscando la manera de malinterpretarlo.

A Salinger. A Holden.

A sus actitudes.

No todos quisieron entenderlo. No todos quisieron acercarse a ese grito silencioso que dejó en su obra.

Y quizás por eso, para muchos, sigue siendo un enigma, una figura incómoda, un "rebelde sin causa" incomprendido.

Pero para quienes nos tomamos el tiempo de escucharlo, para quienes sí quisimos entenderlo, su voz sigue resonando con fuerza.

Y sí. Capaz lo convirtieron en un libro comercial, repetido hasta el hartazgo. Capaz muchos lo leyeron sin querer entenderlo. O sin querer sentirlo.

Pero para los que sí lo entendimos, Salinger fue ese verdadero guardián entre el centeno.

Con su libro, cumplió con ese deseo que Holden alguna vez expresó: el de atrapar a quienes están por caer.

"Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños, y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde del precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él. En cuanto empiezan a correr sin mirar a dónde van, yo salgo de donde esté y los atrapo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Yo sería el guardián entre el centeno."

A través de sus palabras, nos sostuvo cuando estábamos por rendirnos. Nos abrazó sin decir una sola palabra más.

Nos mostró que no estábamos tan solos.

Y nos dejó algo que no se compra ni se impone: complicidad.

Todos fuimos un poco Holden alguna vez.

Y a muchos, Salinger nos salvó.

Salinger escribió su gran libro y después se fue. Se corrió del ruido, del aplauso. Eligió el silencio. Pero su voz nunca dejó de estar. Se quedó ahí, quieta, atrapada en las páginas, haciendo lo que Holden soñaba hacer: estar al borde del precipicio, esperando a los que están por caer.

Y ahí sigue. Sin que lo veamos, sin pedir nada, cuidándonos desde sus palabras.

A vos, Salinger, que me viste cuando nadie más lo hacía. Que me hablaste sin conocerme. Que me salvaste sin saberlo.

Gracias por escribir y desaparecer. Gracias por quedarte en lo único que importaba: la verdad de lo que sentías.

Y gracias, sobre todo, por atraparme justo antes de caer.

María Paz

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