Al amor que espera

Amada mía,

Escribo esto con la garganta hecha nudo
y el cuerpo abierto como una casa vieja,
esperando que entres,
aunque ya no recuerde si te fuiste o si nunca llegaste.

Hace días que llueve en mí.
Días que no tengo noticias tuyas.
Ni un soplo,
ni un sueño,
ni siquiera una casualidad disfrazada de señal.

Y aun así, te pienso con la violencia de lo sagrado.

Te pienso cuando me lavo los dientes
y cuando me cae el agua en la espalda,
como si fuese tu voz haciéndose lluvia.
Te pienso cuando doblo la ropa
y me tropiezo con una remera
que todavía guarda tu olor,
como un relicario profano.

Amor mío,
no hay nada más parecido a la eternidad
que esta espera.
Me quedé a vivir en el umbral de tu nombre,
como esos perros que esperan en la puerta del hospital,
aunque no entiendan la muerte.

Yo tampoco la entiendo.
No la tuya,
sino la mía, que empezó el día que dejé de tocarte.

Hay algo en tu ausencia
que me revela verdades.
La más dura: que no hay refugio más real que tu cuerpo.
Y la más dulce: que te amo sin pausa,
incluso cuando no estás a mi lado.

No te escribo para despedirte,
sino para abrirte un espacio acá,
en este rato sin vos,
como quien deja la cama tendida para el regreso.

Te extraño en cosas pequeñas
que se vuelven enormes en tu falta:
el mate compartido,
el sonido de tu canto,
el modo en que me señalás cosas simples
como si fueran milagros.

Y quizás lo sean.
Quizás tu manera de mirar el mundo
sea el verdadero milagro.
Por eso, cuando no estás,
todo se apaga un poco,
como si el universo también sintiera tu falta
y decidiera esperarte en silencio.

Nunca supe amar de a poco.
Y vos no sabés irte del todo.
Por eso esto duele así:
como un cuerpo que está,
pero sin vos adentro.

No sé dónde estás.
No sé si vas a volver.
Pero te espero igual,
como si esperarte
fuese la única forma de seguir siendo yo.

Te amé y te amo como si tu nombre fuera la última palabra del idioma.
Te amé y te amo como se ama al sol en los días nublados.
Como se ama lo que no se entiende
pero se siente igual.

Yo te espero también.
No con ansiedad,
sino con la fe de quien sabe que el amor no se mide por la presencia,
sino por la certeza.

Y si no volvés,
si esto es todo,
si te perdí del todo y ni el viento me responde,
voy a seguir escribiéndote.

Te amo.
Ahora.
Ayer.
Y en la posibilidad remota del reencuentro.
Porque aunque no estés,
sos mi lugar.
Con todo lo que me queda,
con todo lo que se fue,

tu amor que espera.