Ahí estaba Julia, sentada en su silla de madera frente a un escritorio heredado. Escribía y escribía. Suspiraba y seguía escribiendo. Yo la miraba desde un lugar muy cómodo, por fuera de su habitación, a través de la ventana de mi cuarto del edificio de al lado. La observaba mientras me hacía amiga de su rutina. No me animaba a hablarle, por eso decidí ser solo su espectadora. Lo sé, parece incómodo y hasta puedo confirmar que es violación a la privacidad, pero es con una buena intención: descubrir qué tanto escribe por las noches.
Una noche fría con el cielo revuelto de estrellas fue el fondo de un escenario perfecto para lo que acababa de ocurrir. Salí de la ducha y me acerqué a mi ventana para ver cómo era aquella luna de la que tanto hablaban en Twitter (porque las noticias en el televisor ya dejaron de ser parte de mi vida desde hace muchos años). Miré por la ventana equivocada. Julia, encorvada encima de sus hojas, escribía de nuevo acompañada con una infusión de té Zen. Agarré mis binoculares (como aquellos de la selva) y me desarmé para lograr que no me viera en ese recuadro de un metro cuadrado. A lo lejos, con mi silencio y la luz de la noche, observé sus palabras desnudas entre líneas: "sí, hasta la estrella que aún no se descubrió. Hay besos que se ensamblan por todo el mundo y están esos besos que se fusionan, cada vez que se encuentran, con esa única piel que los transparenta y los vuelve historia. Un beso de encuentro, esperado, deseado y no olvidado. Un beso que se siente del cielo con un calor de infierno, buscado y sentenciado a no morir. Un beso que no se encuentra en otra vida, ni siquiera inventada en nuestros sueños. Un beso que late vivo como una serpentina en plena celebración de primavera. Ahí están, mirando a la luna y susurrándose el lugar para encontrarse de nuevo. Ahí están, siempre. Dicen que aquello que está destino a ser, viaja en el tiempo y se prepara para el momento en que sucederá. En ese viaje, la agonía y la desesperación los hace vivir y los prepara, sabiamente, para tomar las decisiones que los llevarán al destino. No es egoísmo, es virtud. No solo es el destino, es el amor. ¿Qué es el destino?, ¿Qué es el amor? ¿Un amor destinado? ¿Un beso de amor? Apoyan sus líneas de vida sobre el otro. Manos que se reconocen y que llegan para recordar el placer decidido. Si la exosfera fuese un lugar alcanzable, seguramente encontrarían también su lugar. Los besos llegan hasta la sensación más profunda cuando no se mide. No se mide porque no se piensa en nada cuando sus labios se tocan con firmeza hasta debilitarse dentro del lugar más oscuro, que al instante se ilumina cuando sus ojos cobran vida y se encuentran para volver a estallar como una galaxia entera".
Sonó una alarma intermitente. No tardé más de once segundos en parpadear y darme cuenta de que solo me había dormido mirando a la luna. Eran las 23.11 y mi té Zen aún me esperaba junto a la máquina de escribir.
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Giuli Canosa
como dice Fito Páez: "Hay cosas que te ayudan a vivir, no hacías otra cosa que escribir".
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