Me llamaron aguafiestas , así, con esa seriedad que sólo otorgan los dedos señalando y los brindis a medias. Yo asentí, como quien acepta un crimen que no recuerda haber cometido pero igual lo encuentra lógico.
No bebo de sus fiestas, eso es cierto. El agua de su cáliz me sabe a protocolo, a vasos que tintinean con miedo y no con alegría. Yo tengo mi fiesta —silenciosa, subterránea— que brota como flujo por dentro, una danza de órganos y pensamientos que a veces se disfrazan de incendio.
¿Qué soy? Agua que no calma, agua que no brinda, agua que se niega a reflejar. Tal vez sí, soy un aguafiestas. Pero en mi fiesta visceral, al menos, no hay que fingir la risa.

Nicolás
Espacio de recreo mental para escribir sensaciones, quejas, dilemas y certezas. Fragmentos escritos con un toque ácido.
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