Al final del trago, todo el paisaje sigue siendo verde. Todo el pastizal y el cielo celeste, descuerado y sin mancha en el fueye, sigue y sigue, nomás. Al caer de la luna se alza otro sol, conciliando el sueño y la vigilia. Bajo una lluvia desatada, siempre un amigo abre un huequito en su techo. Siempre hay lugar en la cumbre, y aunque parezca que faltan bombillas para tantas bocas; todos terminan sorbiendo del mate.
Después de todo, fue un gran año. Derramé lágrimas hasta quedar ciego y tuve la cólera de un animal embravecido; asimismo, fui tan feliz como un niño en su primera navidad, y reí hasta que los pulmones me reclamaran aire.
Te llegó el debut, pibe: a juntar los pesos y a pagar las facturas, ajustate el cinto, vamos a calcular cuánto nos rompen el tuje esta vez. El hervor del asfalto y el sardinaje del bondi, el pateo sin fin esquivando al malevaje, el palabrerío inmundo de quien gobierna, la nefasta danza neurótica de la gente; todo lo que dispone esta Ciudad lo miré a los ojos y me enrabió. Metí las manos en el balde y las saqué negras, discutí a diestra y siniestra con mi patrón, con mi sombra, mis viejos y con la misma vida, vió. Me acerqué a los mismos vicios que renegaba de mi padre, y con él competí a ver quién aguantaba más tragos en la noche. Gané yo. Pero, que te parió, como nos reventamos de risa, ¿no? Qué dulce es la percepción de reconocer a un recuerdo como atesorado mientras aún transcurre.
Caminé largos senderos con el vaguerío, entre la Quilmes y el Marlboro, buscando rincones para largar la galantería, ¡pero! si habré dado papelones y pésimas impresiones… Uno aprende al fin a buscarse cuando se encuentra: surqué vastos rincones de la psiquis, tracé rayas viciosamente -privándome del rezongo del sueño-, llevé mi cuerpo y mente al límite como un trapo que se escurre hasta largar la ultimísima gota. Creí varias veces no poder más. Pero no ha sido solo sino una constante y profunda determinación a ser mejor, la que me condujo todo este tramo. Me mejoro cada día, cada hora, cada minuto que pasa, soy mejor de lo que ya fui, y peor de lo que seré. Encontré de vuelta al porvenir, mientras acomodábamos cajas y muebles por tercera vez en el mes. Saldé mis deudas y me cagué a palos con los traspiés. Ahora no hago más que retrucar, cualquiera sea la mano. Ahora no persigo otra cosa que la vitalidad. Me armé mi bienaventurada clientela en mi local, conocí a seres entrañables que, aunque sea, son un faro en la niebla.
Quedo desinteresado de mi destino. Quedo aparte de las pretenciones que alguna vez tuve y quise plasmar en los demás, camino derecho sin miedo, me revuelco en el miedo, frenético y cómico. ¿A qué he de temer, si no es a no estar vivo?
Y al final, pasó el mal trago nomás. Sufrí perder a Jazmín como un condenáu a prisión, pero la amé, y amé quién fuimos. Súbitamente un pogo se llevó puesto la cadena que alguna vez me regaló, y quizás allí vislumbré cuántos latidos sucedieron desde entonces, qué bárbaro. Una sonrisa agradecida se esbozó en mí y reanudé el revoleo de la remera, chorreante de sudor. Benditas las risas, las caricias, el amor, ¡y el dolor! El viaje continúa y aún quedan infinitos transbordos, entonces viajemos ligeros.
Poca cosa el vuelo humano, aquí quedo reposando, a falta de un día para otro año, no puedo imaginarme qué historia más entrará en este. Sin más que hacer, que agradecer y seguir.
Salú.

Juan Cruz Arias Pereyra
Psiconauta del Inconsciente. Aficionado al buen y mal comer. Mono Sabio. Gallina. Hola.
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