mobile isologo
    buscar...

    Adultez.

    Jun 25, 2025

    157
    Adultez.
    Empieza a escribir gratis en quaderno

    Cada mañana es el mismo ritual. Estómago vacío, espejo cómplice. Mis manos recorren, con una minuciosidad casi obsesiva, cada rincón de mi vientre: la carne, los pliegues, cualquier lunar, mancha o grano que desentone. El resto de mi cuerpo sigue el mismo análisis —cara, brazos, piernas, cuello— pero siempre, siempre, el abdomen es el punto de partida. Una inseguridad tan antigua que ni mil posts de Instagram han logrado arrancarla de raíz.

    Sé que mi cuerpo cambia. Se acerca el cambio de folio, y con él, el peso simbólico de los treinta.

    Pero… ¿qué es tener treinta?

    En mi imaginario, a esta altura ya debería tener una casa. Quizás un auto. No uno lujoso, claro —sería ingenuo creer que mi sueldo da para un último modelo—, pero sí uno básico, que funcione y no me mate en el intento. Debería tener una relación estable, un compañero o compañera que me quiera simplemente por ser. Irrisorio, si mi última relación terminó precisamente por eso: por ser.

    Debería tener plantas exóticas en mi cuarto, hacer yoga con amigas, sonreír mientras desayuno smoothies verdes. O al menos, tener un hobbie más activo que escribir y vomitar pensamientos en un portal online. No busco desmerecer esa práctica, al contrario. Escribir me salva. Solo intento reconciliarme con ese imaginario que creé sobre el fracaso, la edad y todo eso que debí haber sido… y no fui.

    No tengo casa propia, ni auto, ni plantas. Tampoco yoga, ni relación estable.
    Pero tengo trabajo, comida, internet, luz, agua caliente (que ya es un lujo), un techo, y hasta ahora, ningún tumor maligno amenazando mi existencia. También tengo sutiles arrugas, ojeras más marcadas, resacas más largas y lamentos nostálgicos de un corazón que con los años, se ha vuelto más dramático.

    Crecer, supongo, también es eso. Entender que no todo cambia, al menos no tan rápido. Que a veces los errores se repiten con distintos nombres, rostros y colores de ojos. Como si avanzar en la vida fuera atravesar niveles de un mismo laberinto que solo cambia de colores para confundirte, pero que en esencia, sigue igual.

    Ser adulto no es sinónimo de ser grande. De hecho, cuanto más "adulta" me vuelvo, más pequeña me siento. No desde la victimización ni el infantilismo —porque tengo privilegios y soy consciente de ello—, sino desde esa sensación de habitar un mundo de adultos que fingen tener todo bajo control. Que lloran en silencio para evitar juicios. Que esconden su soledad detrás de rutinas, trámites y metas. Que compran objetos creyendo que así se compra también un poquito de felicidad.

    Adultos que se privan de sentir por miedo a salirse de la norma, a fracasar, a desentonar. Que se exigen tener respuestas solo por tener cierta edad. Adultos heridos, a veces tan rotos, que se convierten en los mismos que alguna vez los dañaron.

    Y entonces lo entiendo: madurar no es llegar a un estado de certeza permanente. No es una evolución hacia el control total. Madurar, quizás, es aceptar no saberlo todo. Reconocer lo pequeño que uno es frente a la inmensidad de lo que siente.

    Hay cosas que quizá nunca me terminen de encajar, patrones que repito sin preguntarme por qué. Pero cuando logro detenerme —aunque sea un instante— y escucharme desde el cuerpo, desde lo emocional, algo se aclara.

    Aunque los conflictos sigan, aunque la dicotomía entre ser o no ser me vuelva a visitar, siempre me queda esto: el derecho a sentir. Y en el acto simple, poderoso y profundamente humano de sentir, sé que puedo encontrarme.

    Invierno Cálido

    Comentarios

    No hay comentarios todavía, sé el primero!

    Debes iniciar sesión para comentar

    Iniciar sesión