Adicciones, pecados y rehab.

Qué pesado se vuelve el mundo cuando uno desea limpiarse. En parte por afectos, en parte por cagón. Jodido para el ego cuando lo que te gusta te empieza a matar. Hay que decidir si regular y sobrevivir hasta lo que dé o frenar y aprender a vivir el día a día de nuevo, sin manejar los tiempos ni espacios, sobre un entorno tridimensional de abundantes estímulos.

El minutero se vuelve un enemigo, el contador de horas un vil villano. El reloj se nos ríe en la cara cual Guasón, y nosotros deseamos ser más un Robin que un Batman. Como dijo el Tío Ben, un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y sobrevivir a una rutina armónica, vaya que sí lo es. Ojalá alguien jugara los partidos difíciles por nosotros, para, desde el banco, poder tener el beneficio de putear si todo sale mal o de festejar si ganamos la final.

Con tantas tentaciones desfilando frente a nuestra ignorancia e inoperancia hacia lo incierto del futuro, es como darle la inmortalidad y el don de evolución a un humano, con la única condición de que será frágil e inestable por no incluir un manual de instrucciones para nuestra supervivencia frente al hostil entorno.

"Descubríte", nos dirá algún erudito, chistoso nuestro igual que intenta ser mejor, aunque ambos tengamos las mismas bases y condiciones aceptadas. Pero bueno, allá él, aquel que se "descubrió". Un pelotudo... ¿o no?

No lo sé, hay muchas guerras internas, y las mejores historias son las que ocurren detrás del telón. Esas no son ficción... esas no se resuelven luego del llanto. Esas siguen ahí, en la penumbra, acechando hasta que nos animemos a prender la luz para exponerlas o enfrentarlas...