Qué hago yo,
a las tres de la mañana,
con las manos frías y la boca rota,
rompiéndome los dientes
contra un pastel que no pidió amor.
Ni calor.
Ni compañía.
Congelado. Como yo.
.
Hay quien se corta el cabello cuando todo duele,
yo prefiero tragar hielo azucarado,
como si en la dureza del postre
pudiera encontrar sentido.
Como si el dolor de muelas
fuera más llevadero que el de los silencios.
.
Escribo.
Escribo con los dedos manchados de frío,
la lengua entumecida por el dulce castigo
y los ojos puestos en un nombre
que no debería tener tanto espacio
en una mente tan cansada.
Pero lo tiene.
Como una carta que se lee
aunque ya se sepa el final.
Como una promesa hecha con tinta invisible.
.
Soy un atentado en mi contra,
una revolución estancada
en la esquina de la cama.
Hay algo muy romántico en joderse los dientes
mientras se piensa en alguien
que nunca pidió ser poema,
pero se volvió verso en cada mordida.
.
Estoy bien,
me digo entre migajas.
Estoy bien,
aunque mastique despedidas
como si fueran caramelo.
Aunque me diga que es solo hambre
cuando en realidad es ausencia.
.
Y no sé qué duele más:
la falta de respuesta,
el frío en las encías
o esta costumbre tan mía
de creer que merezco migajas
porque aprendí a escribir con ellas.
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