Desde que te fuiste los callos de mis manos desaparecieron, y es irónico porque las llagas en mis labios siguen intactas.
Intenté pintar de blanco mi monoambiente para darle más espacio y que entre más luz de frente.
Es extraño que, entre tanta gente, sigo siendo tu fiel oyente, y aún más extraño es que no quiero escucharte.
Jugué al dominó con la vida y me devolvió una pieza negra, de cara y envés, que la dominó.
Caí en el tablero y toda mi jugada se derrumbó.
Escribo acelerada y por eso camino tan lento; la única forma de adormecer mi cerebro es plantando plumas en tu cabeza y, de dentro de ella, sacar tinta.
De tu vocabulario creé un imperio y desde su idioma origen te digo que te amo, y poco a poco conforman partes de lenguas olvidadas en sus avenidas de piel y roces como grietas.
Sos palabra primera y abecedario fundante.
Marcho de este pueblo con la dieta de las hojas y su vacío, su silencio en blanco, y en el papel el escalofrío del testigo y de la víctima a la misma vez, con un borrón preguntándose cómo era posible que, en dos bocas que ni siquiera necesitaban comunicarse para entenderse, pasaran de la complicidad absoluta a pertenecer a dos extraños, donde uno hablaba bajo modismos ajenos.
Me tocará gatear hasta el cielo y, si el destino lo permite, cedérselo, y de mis alas armarle una pasarela, porque odio estas despedidas que no gritan pero duelen en la garganta, como una palabra que nunca se dijo pero quedó tatuada en la lengua.
Mientras tanto, tendré que seguir caminando con las pestañas llenas de ceniza, que cada vez que pestañeo me hacen verte en los rincones donde no estás.
Ya no quiero versos redondos, ni cerrar con elegancia, ni entenderte, ni recordarte bien.
Solamente quiero que se me olvide cómo se conjuga tu nombre, y que mi boca no sepa decirlo ni en sueños, al mismo tiempo que tu apellido supura en mi cicatriz, dejándolo todo abierto para que me duela un rato más, por si todavía estás escuchando.
Y si no, bueno, que al menos este escrito sepa pronunciar tu nombre con la rabia justa y el amor vencido, de quien no supo soltar pero igual lo hizo.
Porque esto también es amor, aunque nadie lo aplauda.
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