Acá está. Esta es la pila de cosas que quisiera haber dicho, haber hecho, haber comido. Acá está la certeza del no arrepentimiento. Acá está la asociación libre, la muerte, la muerte, la muerte. Acá está el intento de no escribir para nadie (mentira), de escribir para mi (¿quién?), el intento de seguir viviendo.
Acá está el miedo, el peor escenario, el nódulo que se ramifica. Acá está el bum bum (¿el que?) hablo del latido del corazón, del subir y bajar de un pecho, de los pulmones, llenándose de aire, llenándose de agua. Hablo del nudo en la garganta como si supiera de nudos. Hablo de cosas sin sentido, me digo y me contradigo. Trato de escribir algo que valga la pena, pero no lo intento, sigo escribiendo sobre escribir.
Cara a cara con la muerte, creo estar siendo irrespetuosa, ella me saluda con la mano y yo miro para otro lado, nena tonta, ¿quién te enseñó esos modales? Estoy segura de que nunca nadie me enseñó nada. Ya sé, ya lo sé, es parte de la vida. El dolor, el sufrimiento, la posibilidad de no estar y no hablo de irse, hablo de no existir. La muerte sigue saludando, debería decir algo, hacer alguna mueca, aunque sea, levantar las cejas y fruncir los labios como quien dice “que haces che, ¿tanto tiempo?”. Quedo impávida, como un ciervo ante las luces de un auto acercándose a toda velocidad.
¿Te acordas de los conejitos muertos que pasábamos por la 40 en medio de la noche de camino a Neuquén? Yo sí. Láminas de conejitos aplastados encharcados de sangre. Pensé que harían un lindo poster para decorar esta habitación de hospital.
Lo lindo, lo bueno, lo dulce, el olor a miel, la sensación de un vaso de leche caliente en las manos, un cielo estrellado lejos de la ciudad y su contaminación lumínica.
No solo no me concentro, no tendría en qué concentrarme, por al lado mío pasan una especie de ciborgs muy particulares, que parecen humanos, hablan y ríen (¿de qué ríen?) como humanos, se tropiezan y discuten, como humanos, van al trabajo, hacen pis y se peinan el pelo. Yo no les creo nada, nadie debería creerles nada. Eso hace el duelo, mientras la muerte saluda de lejos con su sonrisa gigante y su mano al alza, desnuda la esencia de las cosas vivas. No hay cosas vivas, solo ciborgs que parecen humanos, un texto mal escrito, un par de pulmones y un solo riñón.
Voy a empezar de nuevo. Son las tres de la mañana y todavía no sabemos muy bien para que estamos despiertos. Pero estamos despiertos.
Ahora son las seis y media y por la ventana empieza a entrar la luz del sol de madrugada, huele a café, pero nadie se ha movido en horas. Estamos girando alrededor de algo que no existe e intentamos nombrarlo, pero no existe y nos mira y nos dice “¿Qué miran? ¡No existo!”
No creo que la muerte sea el final de esto, por lo menos no la suya. Creo, sin embargo, que cuando el reloj de por fin las diez y podamos levantarnos de la cama habré de dejar atrás todo lo que creía cierto sobre el amor. Sobre la vida. Sobre el sol que sale recién a las seis y media de la mañana.
Y me la paso debatiendo sobre actos de cobardía, llegan mensajes de todos lados, los remitentes pasan por adelante mis ojos como un desfile de pequeñas luciérnagas bailando al son de los “massentidospesames”. Y eso que aún no ha muerto.
Tengo que tomar agua entonces pienso “tengo que tomar agua” y tengo que bañarme entonces pienso “tengo que bañarme” y tengo que darme cuenta de que soy aun joven entonces pienso “para que me hicieron crecer tan rápido si pretendían preservar mi juventud”.
Ahora no soy yo, pero estoy segura de que estoy en alguna parte. Debo tener frio y hambre, acá arriba no tengo frio ni hambre, no tengo nada más que las manos llenas de nada, donde nada más cabría.
Quisiera gritar “¡estoy acá!”, pero no hay nadie, no estoy yo para gritar. Cierro los ojos y veo un plato lleno de comida cara que pedimos sin pensar en el precio, pestañeo, estoy de nuevo en un cerro sin nombre mirando su cara de aburrido, pestañeo, vuelvo al arcade, donde nos sacamos las primeras fotos, pestañeo, estoy en un lugar que todavía no se construyó, dando explicaciones de sueños que no tuve (me dijeron que ahora estoy llorando dormida). Ya no cierro los ojos. Una vez me pregunté si realmente el tren llegaría a la estación si no estoy ahí para esperarlo. Ahora no hay trenes, los andenes se convirtieron en el juego giratorio de tazas de te de los parques de diversiones, el tren es un gusano largo sin maquinista, las vías, tres largas cuerdas que me invitan a colgarme, no del cuello, de las manos, de los pies, del pelo, quiero girar.
La escritura entrecoartadas, el escape, la falsa liberación y la ausencia de libido. Me quedo quieta y escucho la ruta, cuando giro la cabeza no me acuerdo donde estoy, pero veo el sol saliendo por detrás de la montaña “¡Qué suerte!” digo, que suerte que tuvimos que parar el auto, o no hubiéramos visto este amanecer.
¿Qué suerte? No hay suerte, no hay azar ni destino, el mismo dado gira sobre su propio eje hace años ya, ni este reloj descompuesto da bien la hora dos veces al día, se mueve siempre un minuto después, dos horas antes, de la catástrofe final. No creo que llegue, pero la veo venir de lejos como un tsunami, como los créditos de una película en el cine, como el derrumbe de las torres que son hoy los rascacielos de este mundo al que todo le pica. No creo en los juegos de palabras, pero quisiera creer en un dios, quisiera pensar que esto, todo, algo, no es porque le falté el respeto (pero de ser así pido mil disculpas), quisiera salirme, de acá, de todos lados, quisiera volver a mirar la ruta, los conejitos muertos, el sol saliendo por atrás de las montañas. Quisiera comer de nuevo lo que ya comí y quiero que él tenga el estómago para digerirlo. El estómago, que es el páncreas, que es el riñón que no está, que es el sistema digestivo, que se escapa y se cuela por el sistema respiratorio. Quiero medidas de whisky, muchas, no las quiero para mí.
Nena tonta, estás de nuevo en la cama con el diablo, en el parque con el niño y en la habitación con la otra amante, nena tonta, tu cuerpo es uno, es este, tomate el whisky, te va a hacer bien, tomate la otra pastilla, dale, dale, nena tonta. ¿Y qué si regresiono? ¿Y que, si estoy dispuesta a andar el camino que queda, aunque sea arrastrándome de rodillas cargando su cuerpo inerte? Yo ya no soy cuerpo, peor aún, ya no lo tengo. Lo tramito así: ¿cuántas horas equivalen a un libro leído que no es compartido por nadie? Estoy pestañando de nuevo y creo (estoy casi segura) de que ahora estoy en una milonga bailando tango, pero no es con él, no no, es con un señor viejo que me pisa los pies y me pide perdón al ritmo de un tema de Gardel muy trillado. Quisiera que todo esto fuera mentira, quisiera no haber mentido jamás, quisiera, quisiera. Quisiera ser casa, refugio, quisiera ser algo hecho de un material sólido, pero estoy llena de sangre y agua y pus, y me siguen pinchando, ¿Por qué me siguen pinchando si saben que me escurro por los agujeros?
No hay ningún lugar ya por ver, música por escuchar, ni comida que saborear. Soy solo yo, o mas bien soy quien pensé que sería después de la catástrofe (no hay catástrofe, solo estoy pestañeando). La mesa está vacía, igual que el cuerpo, igual que el lugar en donde generalmente uno guarda la fé. ¡Guarda con la fé! La mesa está vacía y cara a cara, seguimos devorando conejitos y bajándolos con whisky que ya nunca más podremos digerir.
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