...
Quizás perdemos.
Somos menos los de pueblo.
La gente, mayormente, vive en ciudades. Amontonados en bloques de pisos, en vagones de metro, en atascos de tráfico.
La gente se siente satisfecha y, muchas veces, hasta desprecia con cierta displicencia y superioridad, a los rurales paisanos que no tienen cines, museos ni centros comerciales. (No es que ellos pasen mucho por taquilla a ver películas o pinturas de Sorolla. Pero podrían hacerlo).
La gente se ha habituado al hormiguero (esa suerte que tiene Pablo Motos).
Yo, del número de los menos, entiendo las ventajas del anonimato y de tanto como hay disponible en la urbe, pero poco más de bueno encuentro.
Y me solazo en el silencio, disfruto de la ausencia, gozo de tanta nada como aquí encuentro.
Las ciudades ganan población y la pierden los pueblos. Mueren con ello muchas historias que ya no serán y que durante siglos fueron.
Hoy, lo que es, es en las calles de luces, escaparates, carteristas, anónimos y famosos, policías, vehículos, ruidos, comercios... de todo se vende y se compra en el rastro que es siempre el centro. Las ciudades consumen mucho y provocan que el personal consuma mucho más de lo necesario. No son inventos que respeten la Naturaleza. Podrían serlo, si se gestionaran pensando en ello, pero se dan pocos casos y no cunde el bello ejemplo.
Aquí, tan sin de casi todo, debemos ser más austeros. Y eso es bueno.
Yo aprendí que no hace falta tanto, para caminar el sendero.
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