Al llegar la noche, los sonidos del ambiente exterior a mi cabaña crujian con mayor ruido. Todos pasaban por mis oídos, estaba sola, me había embarcado a un viaje solitario en el cual deseaba descubrir los misterios de la vida y hacerme valiente a una terquedad que afectaba todos mis días. Llevaba ya un par de semanas y en toda mi instancia, al bajar el sol, caía en la cama y rodaba por cada espacio de ella, no podía conciliar el sueño, entonces ahí empezaba mi tortura: Al querer recordar cómo había llegado a esa cabaña todo parecía confuso, desde mi decisión propia de pasar cada día esperando una sola cosa, que llegara la oscuridad.
Y llegaba, entonces el tiempo volvía a mí mente y me hacía consiente, preparaba el baño con agua caliente, sumergía todo mi cuerpo bajo las rosas que perfumaban mis senos, al fondo comenzaba la música que se interludia con el extraño ruido causado por lo que se encontraba afuera. Trataba nuevamente sin éxito a remontar los pensamientos antiguos, ¿De dónde venía yo?¿Qué estaba haciendo aquí?
Mis ojos se cerraban para viajar en mis lagunas mentales, y volvían a abrirse cuando me encontraba con el cabello húmedo frente al espejo, mirándome como si me desconociera, ¿quién era ella?
Desconocía cada facción que miraba y con mucha curiosidad mis manos tocaban todo mi cuerpo, buscando sentirse mío. Después de la inspección rutinaria que me embelezaba por tanto tiempo, continuaba cubriendome, dirigiendome a la cama. Me acostaba ocupando dos sábanas ligeras que me permitían sentir el frío en los pies y el calor en el resto de mí. Y al tratar de dormir venían los pasos fuertes, los susurros alrededor y el miedo ausente. Me concentraba tanto en envolverme y girar tantas veces podía, tratando de encontrar la posición perfecta que me hiciera dormir. Este día era distinto, este día escuché con sigilo todo lo que sucedía, cayendo en cuenta que no me encontraba en una cabaña solitaria, era mi mente, un sueño perfecto que se repetía. El sueño dónde me resguardaba de mi locura, de mis errores y pecados, un sueño que cuestiona la realidad frente a mi yo dormido. Un sueño que se tiñe de rojo al verme muerta de tristeza, que desgarra cada materia de mi alma y cada suspiro que se escapa, un sueño dónde no puedo hacer nada. La realidad es que te perdí, y mi subconsciente trata de llevarme a la ilusión de haber podido hacer algo.
Me encuentro de la misma manera que siempre: acostada con los ojos sin pestañear, te escucho merodeando fuera de mi habitación, en el pasillo que da al balcón, tu sobra se refleja en las cortinas las cuales se iluminan con los faros de la calle exterior y veo todo lo que sucede de manera no circunstancial. Mi cuerpo no puede pararse, pero mis ojos te siguen, construyendo cada paso y cada hecho. No puedo detenerte y sin más caigo dormida nuevamente. Despierto en esa misma cama, con ambulancias y gritos. Sé lo que ha pasado y no quiero asimilarlo.
Reconstruyó la noche mil veces, la reconstruyó tratando de inmiscuirme dentro de tus pensamientos, dentro de cada acción que no paso. Reconstruyó lo que se ha ido porque no sé de qué otra manera puedo explicarme cosas que no entiendo, entonces te veo. Te veo con tus sombras y tus culpas, te veo dando pasos lentos para no despertarnos, te veo con un plan trazado, un plan que muchas veces yo intuí con miedo, un plan que en mi mente no podía hacerse realidad. Llega siempre el día y no hago más que seguir aquí, dormida.
Hoy quise despertar, salir de esta prisión personal. Para eso tenía que dejar de soñarte, fuí corriendo al espejo a clavarme todos los vidrios que conseguí rompiendo mi reflejo, hiriendome todo el cuerpo, derramando lágrimas por llagas llenas de sangre. Tenía que morirme en este sueño infernal para verte en realidad, con el cuerpo destrozado llené la bañera que siempre prendía de noche, está vez no la llene de rosas, está vez el agua congelaba cada espacio de mi piel. Desperté por fin, y te ví, no era más un sueño. Tu cuerpo yacía colgado en medio del jardín principal, una cuerda tendida sobre tu cuello en medio de la nada. Ni siquiera podía alcanzarte, destruí mi mente por asimilarte y aún así pareciese que sigo en un bosque en medio de la nada tratando de abandonarte totalmente, no a ti, solo a las voces que siguen en mí, a los pensamientos que no me dejan dormir.
Así es como mi abandono total emerge de un rincón de mí, que con asiduidad fractura mis recuerdos para dejarme vivir un poco más.

Karla Herrera
Me gusta navegar en mis emociones a través de las palabras, escribo por qué vivo y no hay nada que disfrute más que capturar todo en letras.
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