Quince palabras.
[… y ¿Acaso no es verdad, engreído diletante?
Vivimos en una profunda cueva embriagados por las sombras, con sueños de libertad, peleando con la fuerza que acaso nos da la esperanza de esperar una palabra que fortalezca nuestras raíces. En el crepúsculo de tantas vidas, la ilusión se vuelve vana y sucumbe la emoción y se olvida la amistad y ya nada importa nada]
Dragan Cyalaruo se maldijo mientras arrugaba el papel en que estaban escritas aquellas palabras. Otro más de aquellos mensajes indescifrables que llegaban a la arena de la playa.
¿Era un juego?
Se calmó y recompuso de nuevo la hoja y la unió al resto de papeles, que habían ido apareciendo cada uno enrollado dentro de una damajuana.
Treinta y cuatro garrafas cada una con su nota. Una por día, desde el naufragio.
Nada tenía sentido, ni siquiera sabía, recordaba, por qué se había embarcado. El bar en el puerto, la charla con aquel desconocido. El alcohol en exceso.
Recuperó la consciencia en medio de la tormenta. Golpes con todo lo que había por medio. El barco era un juguete en aquel oleaje. Agua. Miedo. Caída. Silencio.
Despertó sobre la arena. Fina y blanca.
Y eso era todo.
Y era nada.
Harto de cocos, de incomodidades, de no saber qué pasaba...
Intentó calmarse. Entender.
Solo tenía aquellas notas y lo que había sido su vida hasta entonces.
Era acaudalado. Millonario. Se dedicaba al comercio internacional. Suponía que por eso estaría en el puerto aquella noche. Vivía solo. De hecho, en esa isla desierta no echaba de menos a nadie. Lamentaba carecer de cosas, pero no de personas. Nada de familia. Ningún amigo. Ninguna amiga. Recordaba a gente, claro, pero o eran clientes o estaban a su servicio. Gente, sí. Nadie que le importara. Nadie que fuera a buscarle.
Pero... aquellos mensajes. Releyó el primero:
[Andamos perdidos. No hay amistad que lo soporte todo y hemos de entender que esperar es al fin perder la esperanza de andar sueños y agotar la ilusión que anida en una palabra que pueda despertar la emoción de estar vivo. El hombre diletante avanza por el crepúsculo de la intransitable libertad. Espejismo que deslumbra a la salida de la eterna cueva. Secas raíces. Sin darnos cuenta, todo lo hacemos por la fuerza.]
¡Qué demonios!
El segundo:
[Hay un lobo en cada cordero. Un diletante en cada ser. Y toda palabra es una semilla. Y todas las noches nacen y mueren sueños. Perdida la amistad nos queda, al son del crepúsculo, la ilusión, la emoción, la fantasía de la libertad del hombre que permanece a la puerta de la cueva cubierta de viejas raíces. Y esperar que al despertar cada mañana renazca con fuerza la esperanza.]
El tercero:
[En cada crepúsculo crecen las raíces que llenan el vacío de esperar que sea la ilusión de nuevos sueños la que alimente la emoción de una renovada fuerza. No hay luz más oscura que la de la cueva del desamparo, muerta de vieja la esperanza y amortajada con la seda de la amistad ajada por el abandono. Perdida la palabra que anidó en el diletante, persiste el miedo a intentar encontrar la libertad de otra manera.]
¡Y por fin se dio cuenta de la evidencia!
Y siguió repasando cada papel. Y... ¿Pero qué significaba aquello?
[Anclado a la palabra se vive obligado a esperar que el crepúsculo nos traiga la fuerza y la ilusión que se perdió en la cueva en la que quedaron los sueños. Ya sin emoción, la libertad, árbol sin raíces, marchita la esperanza de encontrar de nuevo una amistad. Así persiste el diletante en su constante distracción]
Sí, eso era, los textos se basaban en las mismas palabras:
Esperar
Cueva
Palabra
Fuerza
Amistad
Esperanza
Ilusión
Emoción
Libertad
Sueños
Diletante
Crepúsculo
Raíces
Todas ellas se repetían en cada mensaje.
¿Y qué?
Siguieron pasando los días. Era fácil llevar la cuenta, uno por vasija. Frases con las mismas palabras. Una y otra vez.
¿Y qué?
En la isla que era su cueva, no había otra cosa que esperar la palabra, alimentar su fuerza con la ilusión de un diletante. Renacía la emoción con cada damajuana. Alimentaba sus sueños con la esperanza que le daba aquella extraña libertad que le hacía echar raíces en ese lugar perdido. Cada crepúsculo le hacía añorar una amistad con quien compartir.
Empezó a pensar así y decidió corresponder al mensajero. A vuelta de damajuana. Y escribió:
***Al contrario que sentirme diletante, siempre me consideré experto y supongo que lo era, al menos en ganar dinero, pero entiendo que quien me escribe no habla, seguro, de eso.
En mi vida, si la hubo alguna vez, perdida fue toda amistad y sin sueños, más allá de el de alimentar mi negocio, y con solo la emoción de algún trato que hice bueno, percibo ahora que no me quedaba ilusión y que esa sola palabra debería despertarme de esta inconsciencia constante de perder la vida a fuerza de luchas vacuas ¡Si con cocos me sustento! He vivido en una cueva, y aunque la creía lujosa, era solitaria y triste. Hoy, en esta isla desierta, me alimenta la esperanza de esperar una tras otra la flotante damajuana. Y admiro la libertad de esta prisión de muros de agua y entiendo que igual aquí, que allende los mares, se pueden echar raíces y hacer de la vida un arte. Así, desde el crepúsculo de la tarde y de mi vida, me siento nuevo, como recién hecho. Dispuesto a vivir. Atentamente: Dragan Cyalaruo.***
Y en uno de aquellos cántaros envió al mar su mensaje.
No hubo más. Dragan aprendió a vivir en aquella isla de cocoteros y agua. Pescaba. Se construyó una cabaña. Paseaba las playas. Dormía y soñaba.
Y se dio cuenta de que estaba vivo.
Lo único que no entendió nunca era aquel tatuaje, aquella palabra, en su glúteo izquierdo que se descubrió aquella primera mañana en aquella playa:
Supercalifragilisticoespiralidoso.
Vale.
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