El mensaje es sencillo:
YO A VOS TE QUIERO
guardar cerca del pecho,
justo en el lugar donde nos convierte humanos este hecho de querernos.
Te quiero inagotablemente,
tanto para rechazar la sobriedad
por un minuto embriagado de tu caricia dotada de gracia.
Te quiero tanto que desprecio aquellos días sin aroma a vos.
Quiero decir, famélico, mis sentidos exclamaban por tu encuentro.
Mi piel rechazaba la casa sin (tu) calefacción,
y mis manos se resquebrajaban al invierno devastador
de la aparatosa desventura del bolígrafo somatizado por las ausencias
que mutilaban este cuerpo ensordecido por la pérdida.
Mi palabra hoy no cede a otro lenguaje que no sea este que te profesa querencia,
donde estos fonemas que retumban en mi boca
almibaran los movimientos de mi lengua
cuando te digo que,
por tu compañía divina,
yo haría lo que fuera para tenerte cerquita,
para verte de cerquita,
para sentirte de cerquita,
para olvidar lo atorrante
que se vuelve la vida
al no tenerte.
Yo a vos te quiero,
que dejo de escribir a la soledad.
Dejo de dedicarle mis boleros y el calor de este pecho
para reclinarme a tu oreja y confesar
que por una palabra tuya Dios a mí me ha perdonado del pecado,
ofreciendo esta emoción que solo entiende tu nombre,
al decirte, una y otra vez esta noche,
"YO A VOS TE QUIERO, GINEBRA".

Por siempre, Cuervo.
Yo te amaba-detestaba, Cuervo. Porque llevábamos la misma mirada silvestre, y la sed de conjugar amor en otra boca.
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