Te encontré por azar,
como si el mundo hubiese tejido en secreto
cada paso para llevarme a tu orilla.
Lo imprevisto tuvo entonces
la exactitud de lo inevitable.
Desde ese instante, tu presencia
es la arquitectura invisible del descanso,
el refugio donde las tormentas se disuelven
y donde el dolor, por fin, aprende a callar.
En vos descubrí una fuerza indomable,
y la obstinación necesaria
de quien insiste en levantarse
aunque el mundo pretenda hundirla.
Sos la certeza de que, incluso en lo incierto,
puede encenderse un faro,
un pulso,
una promesa,
una esperanza.
Y si el mundo callara,
si todo se apagara,
me bastaría tu abrazo
para comprender
que ya lo tengo todo.
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