Amor, si es que aún puedo nombrarte así sin escupir sangre,
te confieso que he rezado —no a dioses, no a santos—
sino a las sombras que se sientan en mi cama cuando la noche se arrastra.
Les pedí, con voz trizada, que te devuelvan a mí…
pero no en carne, no en alma.
Solo como dolor.
He suplicado que tu paz se agriete,
que cada vez que intentes cerrar los ojos
yo me levante del rincón más sucio de tu memoria,
desnuda y peligrosa, como me dejaste.
No quiero que me extrañes.
Quiero que te ardas.
He maldecido el perfume de otras,
las sonrisas ajenas, los cuerpos tibios que intenten salvarte.
Quiero que ninguna boca te sepa bien,
que ningún roce te alivie.
Que cada beso que des tenga mi nombre escondido entre los dientes,
como una espina que nadie ve pero sangra.
Perdóname —si te place—
por haber ofrecido mi cordura a cambio de tu miseria.
Por haber pactado con todo lo oscuro
con tal de envenenar tu recuerdo.
Yo, que fui templo, me convertí en trampa.
Y no me arrepiento.
Porque el amor que me diste fue migaja disfrazada de banquete,
y yo lo devoré como hambrienta de ti,
como quien no sabe que está comiendo cristales.
Ojalá te duela.
Ojalá me sueñes.
Ojalá me maldigas por cada vez que respiras y aún me sientes,
como un humo que se niega a disiparse.
Que el olvido te sea imposible.
Que yo sea tu castigo más bello.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión