... (En memoria y homenaje a todos los desencuentros definitivos).
Al despecho, pecho.
Es un lujo la distancia
de no saber de tus males,
de no tenerte presente
en mis rezos matinales,
de vivir sin la constancia
de que ignoras mis jornales,
de olvidar que te olvidé
y hoy no estás en mis anales.
Cuanto me dijiste adiós
y yo acepté tus silencios
perdimos ambos tantas cosas
que ni siquiera sé si me encuentro.
Hoy es lunes siendo martes
y es jueves cuando lo cuento,
si lo leyeras un viernes
aplícale tú el descuento.
El tiempo, juez implacable,
guisandero en la memoria,
hace más por uno mismo,
que todo rezo suplicante
en espera de la gloria.
---
(Para todos hay cruces).
Calvario.
Mi Gólgota es despertar, saber que la vida sigue con su tormenta perpetua de maldades, de problemas, de iniquidades.
Vía Crucis de estaciones infinitas, con tropiezos y caídas, con pocos samaritanos. Cruces que pesan más cada día.
Pero me quieren. Sí, me quieren. Y eso me salva. Y eso me resucita.
Aparta de mí, mente sin descanso, el amargo cáliz del dejar el sueño.
¡Ay, Señor!
....
Pero no todo es.
Quiero más
que de mis palabras
nazca alguna primavera,
flor tardía,
ya imposible la primera,
que esa aguzada espina
que lacera las conciencias
Quiero más el vuelo
de una hoja en la alameda,
cuna, cuna,
que a la mirada adormezca,
que el diluvio, tan con frío,
que asola la vereda.
Ojalá que de mis trazos,
frases llenas,
brotara siempre
la sonrisa fresca,
la mirada dulce,
la fugaz estrella.
Quiero más en mis estrofas
la brisa amable
que al alma anega
que el rugido amargo
que vocea mi tormenta.
Ojalá plasme en lo blanco
cada negro que es sombra
de la luz de la belleza
y así,
en el rincón del arpa,
silenciosa,
dejar oscura la tristeza.
...
¿Qué tengo?
¿Qué es mío?
Ni los pasos que doy,
pues quedan en los caminos.
Mis sueños, acaso,
y muchos ya se han perdido.
Por supuesto, dueño de nadie,
a veces ni de mí mismo.
Al final, nada me llevaré conmigo.
...
Al fin.
Ya nunca me esperes, dijo al viento, para que el viento llevara sus palabras allá donde no las esperaban.
Se extrañó al pronunciarlas.
¿A qué escribir en el aire en movimiento?
¿Para qué decirle a quien prefiere tu silencio?
Rezar sin fe quizás sea, para el iluso, algún consuelo.
Ya nunca me esperes, repitió a pesar de eso, en un susurro casi feliz, de mucha calma.
En paz, al fin, su alma.
Y encendió la noche.
Ver las estrellas, siempre le agradaba.
Dolbach.
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