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Letra a letra.
Es posible que muchos no caigan en la cuenta, pero, escribir, ahorma el propio discurso, ayuda mucho a reconocerse, a contemplar las particulares fallas del terreno que uno pisa cuando conversa, cuando con otros habla.
Para escribir hay que pensar como se dice lo que se piensa, y hay que ser muy preciso para no decir lo que no se quiere decir y para, salvo con intención literaria o perversa, no ser ambiguo.
Escribir es crecer. Sobre todo cuando se escribe opinión pura, no la que puede ir encajada en una ficción literaria.
En cualquier trama, el personaje manda, ya sea el protagonista o su antagonista o el narrador, uno se puede escudar en la personalidad que le atribuya al creado, pero cuando se opina desde uno mismo, ahí la exposición es estruendosa, y conviene ser lo más fiel a uno mismo que sea posible. Lo escrito, queda.
Cuento con que mi opinión, dentro de una coherencia general, también puede cambiar de un día para otro, y he de saber reconocer el hecho cuando así suceda, pero siempre pretendo ser sincero conmigo mismo y con (símil taurino) el ruedo. No hay mucho público en los tendidos que miran este albero (ya puestos al símil), pero uno a uno, una a una, merecen todo mi respeto. Me respeto a mí mismo si cuido lo que escribo, como lo escribo y lo que, en lo que escribo, cuento.
Por ejemplo, este mismo texto. Demasiadas subordinadas. Soy más de punto y seguido que de comas, pero, a veces.
Resumo: Escribir, es muy bueno.
Dolbach.
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