Mi piel pide a gritos agua. Agua, diez botellas, o veinte
o treinta.
El frío me hace tajos, sangro al rozar con las hojas. Ninguna me protege, el otoño es crudo y la estación más despiadada un infierno anímico que repite en bucle los meses de junio y julio.
Ya no lloro, ¿por qué necesito tanta agua? Deshidratados están mis labios, como si dar besos implicara dar látigos y mis comisuras sólo lograran esbozar la palabra “sensible”. Atópica, distópica, ¿y por qué no utópica? Harta de escuchar la palabra dermatitis. Harta de aquellos que intentan dilucidar patrones en mis orígenes. A la mierda el skincare; no deseo ningún óleo que intente darle fuerza a mis partículas. Quiero ganarla, quiero dejar de tener sed y que mis rodillas paspadas digan de una puta vez qué desean. Qué les duele. Qué necesitan. Qué antídoto no estoy encontrando. Qué juez me está condenando.
El Sol. Maldito Sol que me da vitamina muerta, porque en poco tiempo se encarga de derretirme hasta quedarme como un pantano infestado de productos malogrados. Los químicos gozan de mi piel: tan pulcra, tan lampiña, tan blanca y sin granos. Una suerte dirían, una pesadilla confirmarían.
Y mis manos. Mis manos que sostienen mis pies cuando me pongo de cabeza contra la Tierra, un poder mágico del ser humano para combatir la gravedad. Mis manos, estas manos que escriben y que no quieren más cremas; quieren tocar cielos, pasto, flores y fibrones. Quiero maquillarme con el fin único y exclusivo de sentir que me embellezco de una manera distinta a la que ya conozco. Venía probando sombras (antes no me animaba), pero hasta los párpados generaron sulfatos que pican hasta la médula. Mis uñas se agotan de rascar y preguntan ¿cuánto más? Y yo les pido perdón pero no son mosquitos los que invaden mi vello escaso. Las manchitas blancas que tanto me avergonzaban en la infancia hoy se ríen y me recuerdan que esto no se quita, que cada cicatriz que me ejecute va a quedar como recordatorio permanente, que van a ser compañeras de mi tatuaje y van a competir a ver cuál se desintegra primero. A ver cuál permanece gatillando en el tiempo.
Quiero mis ojos devuelta. No quiero una piel suave, reluciente. Quiero poder tocar esa fruta noble, poder matar a la incertidumbre, putear a los médicos, invertir en mi próximo libro, usar perfume barato, comprarme un rímel sin fijarme si es hipoalergénico, comer berengena, bañarme con agua hirviendo sin que me desarmen las venas.
Quiero una piel que no se esfume con cada brisa del invierno. Quiero que cada capa viva del placer interno.
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Rocío Butman
Una escritora obsesiva y apasionada. Publiqué mi primer poemario "Ónix Cielo" que se encuentra disponible en mi página web.
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