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quiero ser tan solo una mas

malvina

May 15, 2025

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quiero ser tan solo una mas
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Frente a la originalidad brillante del otro no me siento jamás atopos, sino más bien clasificado. ¡Que no pueda yo ser tan original, tan fuerte como el otro! Escribe Barthes en fragmentos de un discurso amoroso. Propone entonces que la situación amorosa nunca es del todo igualitaria (el termino proponer queda bastante grande dado el tipo de escritura que utiliza, desalentando todo tipo de sentido, pero lo utilizo porque estoy tratando de esbozar una idea), por supuesto que el autor después entra, como corresponde (más que nada en este campo) en sus debidas contradicciones, proclamando que el sujeto amado también goza enormemente de la imagen particular y grandilocuente que evoca el otro sobre el (el otro que lo ama), pero no es aquí donde quiero detenerme, sino en la primer propuesta: la belleza de la relación desigualitaria y el placer de encontrarse una misma como un estereotipo, como un ser clasificable, como una entre tantas.

Estamos en la época del enaltecimiento del “yo”, todos y todo a nuestro alrededor nos dice que es preciso hacer todo cuando esté a nuestro alcance para ser un ser excepcional, para maximizar todas nuestros potenciales y, si no logras capitalizar todas tus facultades y hacerlas derivar en éxito, es porque no haz soñado como es debido, porque no te has animado, es porque te gano la cobardía, es porque no te haz curado.

Estas frases difundidas como dogmas se trasladan a todos los aspectos de la vida que puedan imaginarse (y si algo tiene la vida, es que tiene diversas instancias): Tenes que superar completamente todo tu dolor, no dejar rastro de él, como si la definición de trauma no implicara justamente que es un evento del pasado que vino a instalarse en tu inconsciente de la misma forma en que se sienta en el sillón de las casas el personaje inquietante de las películas, ese que toca la puerta y llega sin avisar y ahora compromete socialmente al protagonista a ofrecerle algo para tomar y a mirarlo un rato a los ojos, a enfrentarse al horror porque no recibirlo en su hogar seria de mal gusto. Tenes, también te dicen, que gozar todo lo que puedas, y te mienten, para colmo, te dicen que para gozar es imprescindible una total libertad, como si el goce no viniera justamente de que hay algo que nos falta (o que nos quitaron) y que debemos ir a buscar incluso si no estás del todo seguro que es aquello extraviado ni donde encontrarlo. En esta afirmación le tome la mano al psicoanálisis: el goce se encuentra en aquel momento en que, por un segundo, la prohibición deja de existir, en aquel momento en que, por un segundo, ningún deseo se agota ni se limita, todo ha sido colmado. Pero dura unos muy cortos segundos, los paraísos duran un segundo, y no existirían si en cada sonrisa que bosquejamos no se colgara de nuestras comisuras un muñequito diminuto que trata de volvernos a cerrar la boca, de retarnos por mostrar los dientes, muñequito del que debemos durante esos segundos, si queresmo mantener la sonrisa un rato mas, burlarnos.

Volvamos a la afirmación de Barthes y pongámosle orden a este texto, que hasta ahora es tan solo una queja furiosa: Encontramos placer en esto de sentirnos empequeñecidos, y esa contradicción es la que me parece interesante para hablar: el amor solo te levanta dejándote caer (FALL in love)

A esta altura de la modernidad, todos y todas hemos probado el sabor de la arrogancia, y con cero intenciones de sonar moralista o pretender presentarme como una persona humilde, no quiero, al igual que Barthes no quería de su texto, que este escrito sea filosofía de nada: declaro honestamente, que yo también he estado ahí pero he salido rapidamente corriendo, aunque siempre, por supuesto y lastimosamente, con medio pie aun arriba del barco (los viejos hábitos no mueren si no es gritando, dice Taylor Swift)

No pude sostener durante mucho tiempo mi viril arrogancia, dado que comenzaba a ponerme el dedo en todas mis llagas. Las veces que he pretendido sentirme un ser completo, un ser indestructible, un ser con un camino seguro de gloria por delante, durante el mismo instante en que yo atenía a levantar mi carnet de persona “vip”, allí mismo, algo sucedía que se sentía como si alguien apoyara en la piel de mi antebrazo un cigarrillo prendido: un otro me abandonaba, yo misma cometía algún fracaso ineludible, algún pasado indecible y vergonzoso reaparecía entre mis memorias conscientes.

¿Cómo podía yo sostener mi “yo enaltecido”, mi “yo idílico”, si conozco perfectamente el modo en que retorcí mis manos y me comí mis uñas durante meses, ansiosa por no poder ir corriendo a los brazos de alguien que me quería siempre a cierta distancia, celebrando desmedidamente las caricias recibidas por mero azar, jamás por voluntad plena del otro? ¿Cómo podía yo posicionar mi nombre al lado del de los grandes cuando se perfectamente lo tanto que me cuesta prestar atención y terminar las cosas? ¿Cómo se supone que me sienta una eficiente repartidora de paz cuando conozco de la enorme fuerza y control que debo hacer para no caer en la habitual evitación de mis verdades, lo tanto que me cuesta comprometerme con lo que quiero, lo mucho que me cuesta pasar una semana entera sin tener, mínimo una vez, ganas de llorar, patalear, gritar y arrastrarme al recóndito lugar que dejan las sabanas de una cama sin hacer?.

Sin embargo, lo paradojal de mi situación se encuentra en este sentido: no soportaba sentirme excepcional a través de los términos que evocaban grandeza (por sentir disonancia y por sentir que todas las búsquedas que necesitaba emprender se obstaculizaban si se supone que que yo ya debía tenerlo todo) pero, al mismo tiempo, cuando rompía con aquellos términos, me sentía excepcional de otra manera, al modo de la excepcionalidad que la angustia y los accidentes traen: el fracaso, el temblor y los desperfectos, si bien son la verdadera normalidad, no pertenecen al status quo, por lo tanto, seguía sintiéndome particular, pero de un modo totalmente insulso, pecaminoso, desviado.

Y aquí es donde me encuentro con Barthes: No se puede vivir del todo sin la idea de lo sublime, (por eso nos inventamos a Dios) pero es difícil sostener lo sublime dentro nuestro y es también difícil sentir que somos lo opuesto de ello, que somos barro, que estamos en lo más bajo de lo bajo, y, por lo menos yo, siempre tiendo a los extremos. Por suerte, hay ciertas cosas, como el amor, que logran re-ubicarme y re-educarme.

Lo dice Crowded House también: “siempre que caíga a tus pies, ¿dejarias que tus lagrimas caígan sobre mí ? hay algo en esta escena (más allá de lo claro: el querer acompañar un ser amado en sus momentos más oscuros), hay algo en la distribución de los cuerpos: el amor es el único lugar en donde estar a los pies de alguien no es un lugar sufrido. Tus lagrimas caen sobre mi cabeza, logro, entonces, ser tocado por lo sublime, no se me niega, no soy completamente lejano de ello y, sin embargo, me encuentro en otra estatura, no formo completamente parte de ello, tan solo se me permite entrar. Me encuentro empequeñecido no porque me empequeñecen por coacción, sino que yo disfruto, más bien, de no tener que hacer fuerza para sostener todos mis huesos de pie, es lo más cercano, a partir de que uno crece, a dejarse a ser upa.

Cuando amamos, la situación de extremos, por un segundo, se invierte y nos cura: Lo sublime, en vez de encontrarse adentro mío (con la presión que eso implica) o, en su opuesto, de encontrarse dentro de todo el mundo menos adentro mío, se halla, en cambio, solo dentro del otro, de ese objeto amado. Logra retribuirme a mí, finalmente, al único lugar que anhelo: al de un ser un ser humano común y corriente. Taylor Swift, otra vez, también lo dice: "y las voces me imploraron: deberias estar haciendo "mas", pero a vos puedo confesarte, que para mi es demasiado todo eso"

Volvemos al lugar inicial, al lugar soñado, al de un niño que desconoce el sentido de todo pero que, de todas maneras, siente todo sin pudor y es amado gigantescamente

malvina

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