A Evelyn.

Evelyn, seré breve; te extraño.

 Poco, mucho ¿algo? no estoy seguro. Aunque tampoco estoy seguro de qué extraño. A vos, capaz, a tus manos que sostenían sin miedo las mías a pesar de ser la mitad respecto al tamaño pero el doble en cuanto a fuerza. Capaz extraño como me mirabas con amor, con esos ojos tan comunes y a la vez únicos por la cantidad de cariño que eran capaz de expresar. 

 Soy un cagón y siempre lo supe pero quedó en evidencia cuando te eché de nuestro hogar, observando con atención como me suplicabas que no te aleje, perdón, mi mente es una cárcel de la que no puedo escapar. Mi mente, la culpable de todo, mi mente.

 Todavía me acuerdo del verano en el que nos conocimos; vos con tu risa y yo con mis chistes robados terminamos escondidos al lado de un árbol para besarnos sin que tu padre sospechara. Me acuerdo que después perdí la servilleta donde me diste tu número así que fuí, aferrado a la esperanza, a esperarte todas las noches en la salida del subte donde te dejé la primera vez. Si no fuese porque al rendirme no vi bien, no íbamos a chocar una última vez.

Ah, Evelyn, mi amor por vos nació de un roce, de un baile, de un beso. Mi amor por vos creció con cada palabra que salía de entre tus labios con tanto amor a la vida, inspirabas, anhelabas el día a día; vos eras feliz existiendo en este mundo, en este instante y ¿yo? todavía recorre mi memoria cuando me retabas por rezarle a Dios que se agoten mis días, por mi pena al abrir los ojos y mi desganada forma de afrontar el día. En mi pecho no existe el amor y lo considero limitado, efímero, veloz y pasajero, para mi nada es eterno a diferencia de la soledad; para mi lo duradero es la tristeza, el dolor se aprende a sobrellevar pero no se desvanece y en cambio el amor puede esfumarse en un segundo, en un minuto o en un mes; pero se va, se termina, desaparece.

 Tal vez me adelanté a los hechos y en lugar de permitir que me dejes, te abandoné primero.