Pienso en a dónde van las palabras no dichas y en las muchas últimas conversaciones que siento necesitar. Pienso en lo que me gustaría decir, pero un poco más en lo que me gustaría escuchar. Pienso en los ojos que se cruzan de lejos luego de un final repentino. Pienso en la complicidad que solo existe entre dos personas que saben que no tienen permitido hablar nunca más y en lo agridulce que es romper con ese acuerdo no dicho.
¿A dónde van las palabras que no decimos? ¿Qué sucede con ellas? ¿Dónde se esconden para no ser encontradas? Pienso que, en la mayoría de los casos y si eres una persona con bajas defensas como yo, se acumulan en nuestros cuerpos y nos enferman. Lo que no decimos siempre encuentra la forma de salir. Si no lo hace, se siente como subirse a un juego que te eleva a 30 metros de altura y no poder gritar; tu garganta duele, el hueso de tu espalda se siente tenso y el pecho apretado. Es un grito ahogado, dicen. Me pasó, en mi cumpleaños número 15 y en ese parque que parece sacado de una película de destino final. He vuelto a tener esa misma sensación muchas otras veces. Pero ya no a 30 metros de altura, sino que con los pies en la tierra, frente a un final inesperado y con palabras ahogadas. Ahora no solo en mi garganta, sino en mi cabeza, en mi pecho, en mis manos, en mis rodillas, en mi ropa, en mi cama, en mis sueños, en el asiento de la micro y en el cielo a las 19:42 de un día como hoy.
Creo que tengo muchas conversaciones pendientes; algunas ya asumí que jamás las tendré. Hay otras con las que puedo fantasear por horas e imaginarme todo lo que digo, cada palabra, cada pausa, cada respiración y a dónde apuntar con la mirada para que la otra persona entienda exactamente lo que quiero decir. Pienso en esas conversaciones que no sucedieron y que hoy viven como esos gritos ahogados en la garganta, como ecos en los aires, como cuchillos voladores que en cualquier momento caerán sobre nosotras.
En mi vida muchos finales han sido repentinos; no he sido avisada y un día simplemente me toca presenciarlo sin poder hacer nada al respecto. Al principio me lleno de palabras para decir, saco conclusiones, reparto las culpas, reprocho en silencio el dolor que me hicieron sentir y, a veces, me lleno de odio. Luego, con el paso de los meses, me visita la nostalgia, me acuerdo de las veces que sentí amor y, con una sensación agridulce en la garganta, siento unas ganas enormes de pedir perdón ¿Perdón por qué? Por haberme enojado tanto cuando me hiciste mal, por haber odiado, por haber dicho cosas horribles sobre ti, no sé. Suelo culparme a mí misma por el daño que otros me hacen, porque pienso que quizá no les quedaba otra opción, no sabían cómo hacer el bien y yo simplemente me crucé en sus caminos.
Cuando llega ese momento, quiero poder contarte todo el dolor que siento, que tú me lo cuentes también; no tengo problema en escucharte, porque justamente eso es lo que he querido todo este tiempo. Y a veces simplemente quiero unas disculpas, escucharte decir que lo sientes y que no tenías derecho a hacer lo que hiciste, que te duele haberlo hecho, que en algún punto te arrepientes y que te hubiera gustado manejar la situación de otra forma. Quiero perdonarnos, abrazarnos, reír sobre lo que pasó y ponernos al día como un acto de ingenuidad que solo dos personas que se están conociendo por primera vez pueden permitirse. Pero eso no depende de mí, porque ¿quién soy yo para interrumpir la paz de otra persona con mis preguntas y conclusiones sobre lo que nos pasó?
Pienso que le tenemos mucho miedo a conversar, en especial por última vez, pero la verdad es que yo creo que todo sería mucho más fácil si nos lo permitiéramos. Fantaseo con hablar honestamente, con la complicidad que solo puede nacer en una última vez entre dos personas que de verdad se amaron, que en algún momento fueron importantes para la otra, porque ¿cómo podrías dejar de dirigirle la palabra de un día a otro a esos ojos que miraste por tanto tiempo, a esos labios que besaste con tanta intensidad, esos brazos que abrazaste y te abrazaron de vuelta tantas veces, a ese hombro donde lloraste, a ese dedo que secaba tus lágrimas y a esos oídos que te escucharon hablar por horas cuando ya nadie te aguantaba ni una sola palabra más? ¿Cómo no le vas a dar el beneficio de la palabra a alguien que escuchó las tuyas durante tanto tiempo?
Me parece horrible lo rápido que las cosas terminan, lo rápido que dejamos de ser importantes, lo poco que hablamos y el miedo que le tenemos a escuchar. Yo quiero poder llorar juntas, decir lo mucho que te odié y lo que después me arrepentí. Escuchar que lo sientes y yo poder al fin quedarme tranquila con eso, porque no necesito que las cosas vuelvan a ser como antes, solo necesito que mi corazón entienda que no hay forma de que así sea.
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