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    Noche de reyes

    Jan 6, 2024

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    Noche de reyes
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    Cuando era pequeña mi ciudad aún conservaba aire de pueblo.

    Todos nos conocíamos, y no había temor de estar en la vereda, si te adelantabas unos metros, siempre habría alguien que sabría que eras, la hija o la nieta “de” y pronto estarías nuevamente en casa.

    En primavera esperábamos la fiesta de la flor, con el desfile de carrozas recorriendo la avenida. En verano los carnavales. Comparsas, música, serpentinas, espuma, las luces de colores y los mas chicos con disfraces a cuál más bonito.

    Pero la mejor de las noches, para mi siempre fue, la de reyes. De verdad era mágica. En casa, el ritual comenzaba antes que bajase el sol. Mi padre, me ayudaba a cortar pasto para los camellos, no debía ser cualquiera, tenía que ser tierno y fresco, porque decía merecían comer bien ya que venían desde muy lejos y tenían mucho trabajo. Lo disponíamos en grandes latas y junto a ellas le dejábamos el agua. Todo quedaba junto a la puerta del patio. Según parecía, entraban por atrás, para poder desplazarse con calma. El frente de nuestra casa quedaba sobre una concurrida calle por la que transitaban varias líneas de colectivos. Esto hubiese sido motivo de estrés para los camélidos y además los tres reyes corrían riesgo de ser vistos y si esto sucedía, inmediatamente se retirarìan para jamás volver a nuestro domicilio.

    Terminada la delicada tarea del catering para el transporte real, tocaba bañarse, ponerse el mejor vestido, peinarse y perfumarse y luego de la cena, salir a tomar helado. Nadie dormía hasta muy tarde, todos estaban recorriendo las calles, y el tiempo pasaba saludando y conversando con vecinos y familiares que encontrábamos a cada paso.

    Los comercios permanecían abiertos, principalmente las jugueterías que rebasaban los límites de sus locales convirtiendo las aceras en un mundo de fantasía, dedicado especialmente a los que manteníamos viva la más linda ilusión.

    Según me habían contado, aunque hubieses escrito la cartita, valía recorrer observando la mercadería para verificar que lo que habías elegido se encontraba en stock, pues màs tarde cuando las luces se apagaran y ya no quedase nadie en las calles, los reyes pasarìan a buscar tu encargo para luego llevarlo hasta tu casa.

    Regresábamos y entonces era mamá la encargada de seguir con otra de las ceremonias. Poner los zapatos con los nombres correspondientes para que no hubiese equivocación al descargar los paquetes. Había que facilitarles el trabajo a los magos de oriente, porque eran dignos de respeto por ser tan mayores y generosos y recorrer el mundo entero en una sola noche.

    Yo era única hija, pero el calzado era para tres. Siempre quedaban los más pequeños de años anteriores, que ayudaban a completar esta tarea. Es que tenía un primo y también una tía un par de años menores que yo y esos tres señores lo sabían y además en mi carta me encargaba de recordárselo para que no hubiese sorpresas a la hora de depositar los regalos.

    Y entonces a quedarse dormida, cosa nada sencilla, ya que mi intención era poder verlos, claro que, a escondidas, porque  tenía muy en claro que si esto sucedìa, la magia se acabaría instantáneamente y ya nunca volverían. Pero aun así intentaba correr el riesgo. Siempre era igual, el sueño terminaba por vencerme.

    La mañana siguiente era la mejor del año. Encontrar esos pequeños zapatos con regalos. Romper los papeles del mío y tener lo que esperaba y descubrir los tarros sin agua y sin pasto. ¡En el fondo de mi casa habían parado los camellos! ¡Y los tres reyes magos se habían acercado para verme dormir!

    Siempre me cuentan de mi segunda noche de 5 de enero. Tenía solo un año y medio, y claro seguramente, entonces no dejamos comida en el patio o tal vez sí, no lo sé. Lo que si es seguro es que todavía, solo había un par de pequeños zapatitos y esos eran los mìos y estaban casi sin uso. Pero el paseo existiò, y en una de las grandes jugueterías, mis padres esperaron que eligiera una muñeca. Las había por docenas, grandes, pequeñas, morenas, rubias. Dicen que yo apenas las miré, y a paso bamboleante y casi cómico como el de todos los bebes, lleguè hasta el fondo del local donde había un caballo negro y brilloso sobre un balancín rojo que me doblaba en tamaño, lo abracè y lo acaricié embelesada.

    Mas tarde mientras dormía, mi rey mago, fue visto caminando las calles del centro con un corcel casi real bajo el brazo.

    Por años tuve a mi pony, el primer regalo que deseé con fuerzas por el que no tuve que escribir carta alguna para recibirlo.

    Está claro, que los reyes existen, solo que en mi caso fueron dos y supieron hacer magia en mis días de infancia.

     

    Miriam Rodriguez Roa

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