Dícese la leyenda que quien habitara aquel jardín de rosas, junto a la cascada dorada, sería quién hallase la verdadera razón de amar. Junto al fuego, se podían apreciar bellas flores con pequeñas piedras amarillas que enaltecían su magia y, alrededor de un camino pequeño, de hermosas rosas rojas, se hallaba el sol majestuoso del amor.
La naturaleza divina que allí residía los observaba con detenimiento y alegría. El joven Alfonso tomaba suavemente de la mano a Murcia y la guiaba hacia un sendero más seguro y celestial, que aquél por el cual llegaron a su destino. Ambos miraban aquel sitio, sorprendidos por la grandeza y la maravilla que los rodeaba. Murcia sonreía y se acercaba aún más a Alfonso, a través de una ráfaga rosada de dulzura y él, lentamente, fue rodeado por inmensos pétalos de rosas celestiales que iluminaban su sonrisa y hacían brotar de su corazón palabras hermosas de amor.
—¡Ay, Murcia!, que te conviertes en la delicadeza y en el poder secreto de estas flores —exclamó él, colocando sus manos sobre su pecho—. ¡Ay, amada mía! Si tan solo supieras cuánto de ti encuentro en mí, cuánto es que el gran amor que siento por ti ha eclipsado a este corazón que ahora solloza, suplicando, un deseo de amor infinito y eterno. ¡Mira! Aquí tú brillas como el oro resplandeciente de las rosas, porque tú eres una de ellas y me has enseñado a qué universo sabe el gran amor que sientes por mí. Tú, Murcia, me has enamorado con tus ojos divinamente inmaculados de amor.
—Amor profundo de los cielos. Sí que he caminado hacia el horizonte colorido de tu amor y me he unido a él…—dijo ella, cuando, de repente, una fuerza desconocida y mágica, los unió y ambos permanecieron con sus miradas encontradas, en silencio—. Y, puedo jurar que mis brazos han encontrado un hogar en ti, en tus palabras de amor más dulces.
Un fuerte ruido los sobresaltó. Ambos, tomados de las manos miraron a su alrededor y, pudieron notar que las rosas comenzaron a perfumar sus pétalos, que los árboles bailaron al son del viento cálido de verano y que el sol lanzó su fugaz y completa aparición sobre ellos. Allí, en ese instante, una verdad nació de su unión: “amaran la vida, y entregarán a las estrellas el gran obsequio divino de su amor, para que en los amaneceres de los puertos, un rayo de luz convierta sus caminos en completa dulzura de las rosas”. Ambos se miraron una vez más y sonrieron. Toda promesa estaba hecha.
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Agus Chiera ✨🌹
Escritora del género romántico. Autora de "La sombra de Carolina" y de "Carolina. Sol ardiente del desierto". Amor por los relatos cortos de romance 😍❤️
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