Existió un pueblo
en medio de las montañas
sobre un suelo de viento
y nubes.
El mensajero lo atravesó
hace miles de años:
habló de animales
con largos cuellos
y pieles hechas de pelo,
de pájaros caminantes
que veneran la tierra
más allá de la luna y el sol.
El valle de suelo rojizo
en donde la tierra
se pronuncia sobre el cielo
fue el camino calchaquí,
puente entre cientos de historias:
tafíes, quilmes, diaguitas
infinitos nombres
que crecen en el silencio,
desde que el valle fue mar
y la montaña piedra.
Entonces,
el gran rey decidió atacar.
Tomó el saber
y construyó un imperio
donde los niños vivirían lejos
de sus familias.
Cientos se vieron forzados
a cruzar el valle
y murieron antes de levantar la vista.
Los más intrépidos
fueron cóndores
y se alzaron al cielo entre las montañas.
El mensajero dijo al rey:
No pueden hacerse pozos
en un suelo de piedra,
el agua se obtiene de las vertientes
que bajan desde la montaña.
El rey arruinó el cultivo,
espantó las estrellas
y el pájaro.
Los nombres caerían para siempre
en silencio
regando la tierra
de lágrimas.
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